En abril de 2018, frente al sindicato de los metalúrgicos en Sao Bernardo Do Campo, Luiz Inácio Lula Da Silva, se dirigió a sus seguidores que se encontraban apostados buscando impedir su detención, luego de que la sentencia por supuestos hechos de corrupción quedara firme. Allí expresó: “los poderosos pueden matar una, dos o tres rosas, pero nunca podrán detener la primavera. ¡Y nuestra lucha es en busca de la primavera!”. A partir de ese momento, comenzó la tarea de reconstruir un golpeado Partido de los Trabajadores (PT) que veía cómo su principal figura pasaba 18 meses injustamente presa en Curitiba.
Pese a la pérdida de su hermano y su pequeño nieto, que fallecieron mientras estuvo en la cárcel y a cuyos funerales no lo dejaron asistir, Lula no se resignó y siguió adelante. La llamada causa del Lava Jato impulsada por el juez Sergio Moro -aliado de Bolsonaro- recibió un golpe final a la condena a Lula cuando en 2021, el Supremo Tribunal Federal, el máximo órgano judicial de Brasil, dictaminó su nulidad por falta de pruebas y determinó su inmediata libertad. A partir de ese momento, el ahora electo presidente se valió del 80% de imagen positiva que tenía cuando dejó el gobierno, y entendió que para hacer frente a la extrema derecha debía ampliar su partido hacia otras fuerzas políticas de centro, hecho que demostró con la candidatura de Geraldo Alckmin como su Vicepresidente o al lograr el apoyo de Simone Tebet o Marina Silva, ex funcionaria de su gobierno quien había renunciado tras algunos desacuerdos.
Así, este domingo y con un margen muy ajustado de sólo 1,8 puntos porcentuales, lo que constituye la diferencia más estrecha en una definición presidencial desde 1989, Lula llegó por tercera vez a la presidencia de la principal economía latinoamericana. La derrota de Jair Bolsonaro lo convirtió en el primer presidente brasilero en ejercicio que perdió en la búsqueda de reelegir al cargo. Fue el final de una campaña electoral que ha sido tildada como una de las más candentes y tensas que se recuerde en Brasil, sumergida en una ola de violencia que llevó al asesinato de siete militantes seguidores del PT y funcionarios bolsonaristas amenazando con armas de fuego en plena calle a petistas. También estuvo repleta de fake news y acusaciones cruzadas entre ambos candidatos tanto en los spots electorales como en los debates.
El discurso de Lula, cuando el resultado era irreversible, intentó llevar algo de calma al clima de agitación nacional, pidiendo que “la paz vuelva a reinar en el país” y prometió ser el presidente de todos los brasileños, no solo de quienes votaron por él.
No obstante, los seguidores de Bolsonaro salieron a las calles al día siguiente a bloquear rutas y accesos a las principales ciudades del país, fundamentalmente por parte de los camioneros que apoyan al actual presidente. Las protestas se extendieron con más de 200 cortes de rutas y calles en 25 Estados brasileños, provocando incluso la cancelación de vuelos y el desabastecimiento de alimentos y productos básicos en todo Brasil. Ante esta situación, Alexandre de Moraes, Presidente del Supremo Tribunal Electoral, ordenó a la Policía Militar la represión de las manifestaciones e intimó a los gobernadores estaduales a cumplir con las órdenes para garantizar la circulación normal de la ciudadanía y de los productos básicos.
Mientras tanto, Jair Bolsonaro tardó más de 48 horas en hablar públicamente de las elecciones y, sin mencionar ni conceder el triunfo de Lula, brindó un escueto comunicado de menos de cinco minutos en el que no permitió preguntas y manifestó que “nuestros sueños siguen más vivos que nunca. Siempre fui rotulado como antidemocrático, pero, a diferencia de mis adversarios, siempre jugué dentro de los límites de la Constitución” y habilitó a su Jefe de Gabinete, Ciro Nogueira, a comenzar el proceso de transición que tendrá al vicepresidente electo Geraldo Alckmin como el responsable para llevar adelante las negociaciones. Las mismas están reglamentadas por una ley del año 2002 por la cual el gobierno saliente y el entrante deberán crear sendos equipos de transición que pueden tener hasta unos 50 miembros.
Los desafíos que asumirá Lula a partir del 1° de enero de 2023 serán muy complejos en varios frentes y que dejó plasmados, en cierta medida, en el discurso que ofreció la noche de la elección: buscará lograr que la mayor parte de la población de Brasil que está pasando hambre, pueda tener tres comidas al día y declaró que “el compromiso más urgente es acabar con el hambre”. Deberá hacer frente a una creciente inflación y un retraimiento de la economía brasileña y deberá recuperar el lugar de Brasil en el mundo. También hizo anuncios como que pretende reformar el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para eliminar el derecho de veto, detener el desmonte de la Amazonía y proteger el medio ambiente destinando recursos económicos, políticos y humanos.
Desde lo político, deberá encontrar la manera de trabajar con el Congreso haciendo el equilibrio necesario con el denominado “centrao”. Es decir, deberá arribar a acuerdos con este bloque de partidos conservadores, con quienes los diferentes gobiernos han debido pactar, Bolsonaro incluido, para garantizar la gobernabilidad, teniendo en cuenta que la bancada petista está en desventaja con quienes responden al ahora expresidente en ambas cámaras.
Mientras que, desde el sector derrotado, a pesar de perder el gobierno, Jair Bolsonaro logró lo que pocas veces ha sucedido en la historia del Brasil: aglutinar bajo una figura todas las fuerzas y dirigentes de la derecha. Con él ha nacido el bolsonarismo, es decir, una fuerza política que tendrá mucho peso y presencia en los años de gobierno que le esperan a Lula y que no se la dejarán nada fácil. En su primera aparición pública después de las elecciones, Bolsonaro manifestó que»nuestra representación en el Congreso muestra la fuerza de nuestros valores: Dios, patria, familia y libertad», dejando bien en claro cuál será la postura de su fuerza política, es decir, una férrea oposición al gobierno del PT y sus aliados a quienes acusó de “atacar a la población y violar la propiedad privada”.
No obstante, la figura de Bolsonaro puede haber recibido un duro golpe no sólo por la derrota sino también por no reconocerla, lo que puede dar lugar a un bolsonarismo, sin Bolsonaro. Se anotan en esa carrera, entre otros, el gobernador de Minas Gerais y Jefe de Campaña, Romeu Zema como así también Tarcísio de Freitas, gobernador electo de San Pablo, que logró terminar con 28 años de gobierno del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Estos dos dirigentes intentarán diferenciarse de Bolsonaro pero tomar sus banderas políticas para lo que viene en el futuro del país.
En definitiva, Lula tendrá enormes desafíos por delante, en el plano interno y también en el externo, para ello deberá buscar consensos con las fuerzas políticas y lograr una gobernabilidad que, por lo pronto, parece complicada. Dependerá de su cintura política. Cuando inicie la última batalla en su vida política , Lula tendrá 77 años y será el presidente más longevo. Lula asumirá con la finalidad de que la primavera florezca y evitar que el invierno vuelva. “Han intentado enterrarme vivo y estoy aquí, de regreso”, exclamó la noche del 30 de octubre y ahora tendrá el trabajo más importante de su vida política: pacificar a un país absolutamente dividido. Lula está de regreso, ahora es su tiempo. Es el tiempo de la primavera.