Leonor nación en Santa Fé, pero siendo muy pequeña, y tras el fallecimiento de su madre, se trasladó a la ciudad de Córdoba con su padre, Augusto Marzano. Ferroviario y músico, fue el responsable de inculcarle la pasión por los instrumentos a su hija, quien a los 10 años ya estudiaba en conservatorios y tocaba el piano con muy buena técnica.
Compositora e intérprete, las historias cuentan que con apenas 11 años, y sentada frente al piano en su casa, empezó a inventar el ritmo que, tiempo después, se transformaría en el más popular de la ciudad.
Fue el aburrimiento, sumado a sus conocimientos musicales, lo que la impulsó en la búsqueda de nuevos sonidos, imitando con el piano los tonos del contrabajo de su padre. De esta manera, en las manos de “la Leo” nació ese tunga tunga tan particular de nuestra música.
En 1943 Augusto formó el Cuarteto Característico La Leo (en honor a su hija), con Leonor en el Piano, el acordeonista Miguel Gelfo y el violinista José María Salvador Saracho. La orquesta tocaba en distintas provincias ritmos de pasodobles y tarantelas, entre otros géneros bailables. Pero un elemento común se daba en todos los conciertos: el público pedía escuchar ese nuevo sonido que generaba alegría en cada fiesta, y disfrutar así de su «piano saltarín», tocado por la mismísima Leonor.
Debido al éxito que empezaban a tener en las fiestas rurales, en 1948 le ofrecieron grabar su primer disco. La aceptación de este nuevo ritmo y la demanda de sus álbumes, permitió al Cuarteto Leo crecer y consolidarse.
Leonor falleció el 12 de enero de 1991 en la ciudad de Córdoba, pero su legado sigue más vigente que nunca. La popularidad del cuarteto no dejó de expandirse, y poco a poco nacieron nuevos músicos y conjuntos que le dieron su propia impronta al género. Hoy, casi siete décadas después de su creación, el cuarteto sigue siendo el principal responsable de la alegría en cada baile popular. Y todo gracias al talento e innovación de Leonor Marzano, la madre del tunga-tunga.