Suschen SA fue fundada en 1976 por Miguel Horacio Lanza en Rafael Castillo, La Matanza, y fue una empresa icónica del rubro de la alimentación, elaborando productos que se convirtieron en verdaderos clásicos para los niños como los Naranjú, las pipas Girasoles y los alfajores Suschen. La compañía llegó a ser una de las diez mayores productoras de golosinas del país.
Durante la década de los 90, esta empresa empezó a sentir los cimbronazos de la crisis neoliberal que azotó la economía argentina por aquellos años. Los propietarios, frente a la necesidad de relanzar su marca, se endeudaron para lanzar una nueva golosina al mercado. El proyecto no salió como esperaban, y la empresa cerró. Al poco tiempo, una nueva entidad propietaria, a cargo de Miguel Horacio Lanza, la recuperó y volvió a poner en marcha la producción de golosinas, dándole un nuevo impulso a la fábrica.
La profunda crisis que atravesó el país durante el cambio de siglo, sumada a las malas gestiones de los empresarios, derivó en irregularidades y cambios en los propietarios a cargo de la compañía. En 2008, Lanza la cedió a Juan Carlos Crovella y, tres años después, este se la vendió a la sociedad Mutawa SA, creada por Maximiliano Duhalde. La quiebra se presentó más específicamente en julio de 2019, cuando su nuevo dueño decidió el cierre definitivo de la compañía, terminando con décadas de producción y dejando en la calle a decenas de trabajadores.
Frente a esta situación, y con la amplia experiencia que existe en el país del movimiento cooperativo y de recuperadores de empresas, sumado al apoyo de la comunidad local, las trabajadoras despedidas resistieron el cierre y tomaron las riendas de la empresa, esta vez a través de la gestión cooperativa del trabajo. De esta manera, en septiembre de 2019, comenzaron a producir sin patrones, consolidando su lugar en el movimiento de fábricas recuperadas. Este fenómeno, que había ganado fuerza en los 90s y principios del siglo XXI, revitaliza la autogestión y el espíritu de lucha en medio de adversidades económicas.
Hoy, las cooperativistas de Mielcitas y Naranjú garantizan la producción y comercialización de estas queridas golosinas, enfrentándose a los desafíos con determinación y orgullo. Marta Zenteno, quien empezó a trabajar en la fábrica con solo 17 años, expresa con satisfacción en una entrevista con el medio El Destape: “Para salvar nuestra fuente de trabajo hicimos cosas que como trabajadora común jamás imaginé hacer”. La unión y el esfuerzo colectivo de estas mujeres no solo preservaron su empleo, sino también un pedazo de la memoria y la cultura popular.
En la actualidad, las golosinas Mielcitas y Naranjú siguen siendo marcas sostenibles en el mercado, demostrando que la perseverancia y la cooperación pueden superar cualquier obstáculo. La historia de estas trabajadoras es un testimonio de lucha, resiliencia y la importancia de mantener viva la herencia cultural a través de generaciones.