La República Democrática Popular de Corea, o simplemente Corea del Norte, en antaño unificada con su homónima del Sur, conformaban una sola nación hasta que fue ocupada por el Imperio del Japón. Esa ocupación se extendió hasta agosto de 1945, fueron treinta y cinco años en los que la autoridad del Emperador de Japón subyugó a Corea bajo un férreo y sangriento control.
En la madrugada del 6 de agosto de 1945, las fuerzas norteamericanas soltaron sobre el archipiélago japonés la bomba atómica desde el Enola Gay. Fue uno de los hechos más crueles y destructivos en la historia de la humanidad y llevó al colapso del Imperio del Japón, lo que también significó el fin de la unidad coreana y comenzó a tejer el camino de la bifurcación entre Corea del Norte y del Sur.
Las tres décadas de ocupación hizo que no existiera un gobierno de coreanos en el exilio a la espera de la caída de los invasores, como sucedió en otros países ocupados durante la Segunda Guerra Mundial. Así, la cuestión coreana se tuvo que definir en base a lo acordado por las grandes potencias al finalizar la contienda. Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Soviética en la Conferencia de Potsdam, decidieron dividir a la península de Corea en dos mitades, con el paralelo 38 como línea de separación. Esta práctica fue habitual luego de la Segunda Guerra Mundial en diferentes zonas en disputa, como en Berlín y su famoso muro.
A partir de ese momento, las dos Coreas quedaron separadas mediante un parcelamiento forzoso. El sur, bajo la influencia occidental y norteamericana y con el liderazgo en ese primer momento de Syngman Rhee; y el norte, con la influencia soviética, bajo un régimen comunista liderado por Kim Il Sung, con un sistema político autocrático y dinástico. En 1948 ambos países se proclamaron independientes, pero ninguno de los dos reconoció a su vecino, razón por la que el nombre oficial de ambos Estados no es Corea del Norte ni Corea del Sur, sino República Popular Democrática de Corea, por un lado; y República de Corea, por el otro.
El no reconocimiento oficial y el haber sido separados de manera forzada, llevó inexorablemente a un conflicto armado: la Guerra de Corea. Desde el régimen comunista del norte, casi de inmediato comenzaron las políticas y las estrategias para la unificación de la península bajo la influencia de Pyongyang (capital de la porción norteña). El líder supremo del Norte, Kim Il Sung, con la venia y el apoyo militar y estratégico de la Unión Soviética de Stalin, en junio de 1950 comenzó un ataque sorpresa contra Seúl (capital del Sur), que fue tomada a los pocos días y en cuestión de pocos meses se hicieron con el control de casi la totalidad de la península.
En los meses posteriores, Estados Unidos y las ONU dieron su respuesta y avanzaron sobre los territorios ocupados, incluso más allá del paralelo 38. El conflicto repercutió en la por ese entonces joven República Popular China, que se veía amenazada por la presencia norteamericana a pocos kilómetros de Pekín, en lo que fue uno de los capítulos de mayor tensión de la Guerra Fría. El gobierno chino de Mao envió de manera extraoficial un ejército de “voluntarios” a la guerra (entre los cuales se contó a uno de los propios hijos de Mao que murió en los combates) y, junto a las tropas norcoreanas, equipararon la relación de fuerzas. La guerra continuó entre avances y retrocesos hasta 1953, en que se logró un armisticio, pero jamás se firmó un tratado de paz. Esto es lo que suele esgrimir periódicamente Corea del Norte para atacar al Sur: la guerra no terminó en los papeles, sino solamente de hecho. El paralelo 38 quedó establecido finalmente como la frontera entre Norte y Sur y se acordó retroceder unos dos kilómetros hacia el norte y dos hacia el sur, de costa a costa de la península, dejando esa franja como “zona desmilitarizada”, convirtiéndose en un lugar absolutamente prohibido para la presencia humana con miles de minas personales que pueden estallar bajo quien las pise, en lo que representa una de las regiones más militarizadas del planeta.
La Guerra fue uno de los hechos más traumáticos en la historia coreana y llevó a la separación en facciones antagónicas a un pueblo que había estado unido por miles de años. El número de víctimas en ambos bandos fue muy elevado (se calcula que unos tres millones de coreanos murieron), además de significar la separación a la fuerza de miles de familias entre quienes quedaron al norte y al sur. Todo ello llevado al extremo por las políticas de ambos gobiernos con dos modelos totalmente diferentes: el comunismo al norte y el capitalismo al sur. Corea del Sur, gracias al acercamiento a Estados Unidos y su occidentalización, comenzó un proceso de crecimiento y modernización sin precedentes, mientras que Corea del Norte quedó encerrada y estancada económicamente, con la sola ayuda de los gobiernos soviéticos y, en menor medida, chino.
Corea del Norte cerró sus fronteras al exterior para no permitir comparaciones con su vecino del sur y con la idiosincrasia occidental, a tal punto que en la actualidad sólo mantiene relaciones fluidas con pocos países como China (no siempre lineales), Rusia y algunos Estado asiáticos y africanos, como Vietnam, Myanmar, Siria, Pakistán, Egipto o Uganda. Luego del armisticio, el líder supremo, Kim Il Sung, sentó las bases del Estado norcoreano estableciendo un sistema político basado en el deber y el honor supremo de todos los ciudadanos de servir a su país, haciendo que el Ejército Popular de Corea sea la base, bajo la filosofía denominada “Songun”, es decir la exaltación las Fuerzas Armadas como las principales instituciones del Estado y que obliga a todos los hombres a alistarse durante diez años. Este fenómeno hace que el ejército norcoreano sea uno de los más numerosos del mundo, con aproximadamente un millón de soldados.
No es posible la oposición política en el país, es un régimen de partido único, el Partido de los Trabajadores de Corea, bajo el cual toda práctica opositora al gobierno es castigada en forma severa. La poca información a la que es posible acceder sobre Corea del Norte ha sido aportada por los numerosos desertores que han conseguido escapar al exterior. A su vez, predomina el discurso de que el país es autosuficiente y toda la economía nacional está planificada desde el Estado, a través de la denominada filosofía “Juche”, por la cual las empresas de producción industrial y la agricultura son controladas por el gobierno. Este pensamiento aislacionista postula que el centro de toda la actividad social es el hombre, que debe ser capaz por sí mismo de establecer su propio destino y que, en el caso norcoreano, deben estar dirigidos por la familia Kim.
Kim Il Sung estuvo al frente del país por cuarenta años, hasta su muerte en 1994. Fue reemplazado por su hijo, Kim Jong Il, el Gran Líder, que tuvo que hacer frente a una nueva realidad internacional, derivada de la caída de la Unión Soviética (principal abastecedor hasta ese momento de bienes y servicios para la subsistencia) y con una situación económica interna caótica, a tal punto que en esos años se produjo una hambruna que llevó a la muerte a casi un millón de personas.
La situación fue tan grave que se decidió iniciar un proceso de apertura gradual y se logró cierto acercamiento a Estados Unidos, a tal punto que en el año 2000 se realizó una cumbre en Pyongyang que buscaba acercar a las dos Coreas, pero que solo quedó buenas intenciones. A cambio, Corea del Norte se comprometió a cumplir el Tratado de No Proliferación Nuclear, promesa que quedó en el olvido cuando en 2003, el gobierno de Kim Jong II reabrió sus instalaciones nucleares y empezó la modernización de su arsenal militar.
El Gran Líder, Kim Jong Il murió en diciembre de 2011, y fue sucedido por el actual presidente, Kim Jong-Un, que al asumir la Jefatura de Estado decidió profundizar la política de enriquecimiento nuclear. Naciones Unidas impuso severas sanciones al gobierno norcoreano y, como contrapartida, Pyongyang tensionó nuevamente la situación con Corea del Sur. Solo hubo un acercamiento durante 2018 propiciado por el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Desde lo simbólico se materializó en la participación de una delegación norcoreana en los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados ese año en Pieonchang, Corea del Sur y en una serie de intercambios de visitas de alto nivel entre ambos países, comprometiéndose a desnuclearizar la península y a normalizar las relaciones en común. El máximo gesto fue el encuentro en la zona militarizada de la frontera entre Kim Jong-Un y el Presidente surcoreano, Moon Jae-In en la denominada “Peace House” de la localidad de Panmunjon, donde permanentemente hay delegaciones de ambos países para custodiar la frontera. Luego se produjo una cumbre en Singapur entre Trump y Kim en lo que fue el primer encuentro de un líder norcoreano con un presidente norteamericano (luego hubo una segunda en Vietnam y una tercera en la zona militarizada de frontera). No obstante, ese compromiso asumido quedó solamente en gestos y en declaraciones poco cumplidas y, con el cambio de poder en Estados Unidos, el gobierno de Pyongyang confirmó el endurecimiento de la política de defensa y seguridad norcoreana, ante la política más agresiva de la administración Biden.

Mientras tanto, ambas Corea libran una batalla propagandística permanente a la otra en pos de la unificación: los del Norte narran las bondades de la unificación nacional y del sistema comunista y desde el Sur de la apertura occidental tecnológica y capitalista. De un lado, el capitalismo frenético y consumista que hizo de Corea del Sur uno de los países más avanzados del planeta con sus empresas de tecnología, automotrices, el K-Pop y la bolsa de Seúl; del otro, de mantener rígida su costumbre local, sus tradiciones y modelos coreanos con el objetivo de mantener el legado de sus ancestros.
Dos mundos totalmente distintos, donde más de veinte millones de norcoreanos y más de cincuenta millones de surcoreanos, conviven separados meticulosamente, donde no pueden tocarse y casi ni mirarse, con personas que tanto se parecen y que hasta hace siete décadas eran una sola nación que compartían trabajos, ciudades, familias y tradiciones y que hoy, los divide una franja artificial de apenas cuatro kilómetros, pero que los hace sentirse en el lugar más alejado del mundo.