El conflicto que estalló con la incursión de Hamás en territorio israelí, es un nuevo capítulo de una serie de hechos que han acontecido desde la creación del Estado de Israel en 1948. El denominado Plan de Naciones Unidas para la Partición de Palestina o “solución de los dos Estados”, fue ideada y reflejada por la Resolución 181 de la Asamblea General de la ONU en noviembre 1947. Ese fue el primer mojón y el comienzo de la situación actual. Esa solución de pretender dos Estados y de nacionalismos muy diferentes, los cuales vivirían en una franja muy estrecha de territorio (apenas 80 kilómetros de ancho desde el mar Mediterráneo hasta el río Jordán), llevaría pronto a enfrentamientos.
Desde ese primer momento, la comunidad internacional, en especial Estados Unidos, propició el plan de creación de un Estado para el pueblo judío. Esto significó el rechazo del mundo árabe, más aún cuando se estableció la constitución de Israel, pero no así de un Estado de Palestina.
El contexto de finales de la Segunda Guerra Mundial tuvo que ver con otorgarle al pueblo judío un territorio donde afincarse definitivamente luego de la masacre y de las atrocidades cometidas por el régimen Nazi. En lo que respecta a Palestina, desde la finalización de la Primera Guerra Mundial, estuvo bajo el mandato del Reino Unido. Gran Bretaña ya se había comprometido en 1917 a crear un territorio nacional judío en la llamada Declaración de Balfour, a través de su mandato internacional. En ese mandato quedaron los actuales territorios de Israel, Cisjordania, Gaza y Jordania. No obstante, esa idea quedó pronto atrapada en el problema nacionalista entre judíos y árabes.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, los conflictos comenzaron a ser cada vez más persistentes entre la población árabe y los miles de judíos llegados de todo el mundo, especialmente de Europa. En este marco, el Reino Unido decide abandonar la región por el coste humano, militar y económico que significó la segunda guerra y delega la gestión de la solución al conflicto “medio oriente” a la recientemente creada Naciones Unidas.
Este organismo internacional se encargó de crear la Comisión Especial de Palestina, la cual fue encargada de establecer un plan de partición del territorio con el objetivo de otorgar tierras a todos los pueblos existentes y por venir con el fin de lograr una paz duradera en la región. Luego de una serie de estudios, encuestas y deliberaciones se emitió un informe en agosto de 1947 que fue presentado ante la Asamblea General de la ONU: la misma fue aprobada con 33 votos a favor (contando entre ellos Estados Unidos, Unión Soviética y Francia), 13 en contra (en especial los Estados árabes) y 10 abstenciones, entre ellas Reino Unido.
Este plan estableció que Palestina debía dividirse en tres partes: Por un lado, crear un Estado Judío; por otro, la creación de un Estado árabe y, por último, la ciudad de Jerusalén quedaría bajo control internacional, ya que es él centro religioso de tres religiones distintas (la cristiana, la judía y la musulmana). Asimismo, este acuerdo, contemplaba el otorgamiento de la ciudadanía de cada Estado a la población que viviera dentro de sus fronteras, sin importar religión ni procedencia. Desde ese momento el rechazo de la población árabe fue contundente.
En este marco, los judíos recibieron el 50% de las tierras siendo solo un tercio de la población, mientras los árabes recibieron el 43%. La razón fue que se esperaba una inmigración masiva de nuevos judíos a la región. Todos estos sucesos fueron considerados un atropello por parte de la población árabe: se negaron a implementar lo decidido y comenzaron los enfrentamientos entre musulmanes y judíos.
A pesar del rechazo, Israel se declaró como Estado en mayo de 1948. Esto significó que un día después estalle la primera guerra, con un saldo de más de 700.000 árabes expulsados de sus hogares. Esto trajo un proceso de inestabilidad en los países árabes de la región. Fuerzas de Egipto, Siria, Jordania, Irak y Líbano invadieron el territorio llevándose a cabo la primera guerra. Fruto del armisticio, la parte occidental se convierte en territorio jordano y Gaza quedó bajó control egipcio.
Las décadas siguientes fueron inestables en cuanto a la consideración del pueblo árabe en la región, con un estado israelí cada vez más potente en población, recursos y alianzas internacionales.
En 1967 estalla la llamada “Guerra de los seis días”, en la cual el ejército de Israel triunfa sobre las fuerzas árabes unidas de Egipto, Jordania y Siria. Esto significó que Israel duplique su territorio al incluir la península del Sinaí, el Alto del Golán, Gaza y todo el sector Occidental.
Tras esa guerra tomó mayor dimensión la resistencia palestina en la región especialmente con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), creada en 1964 y que ganó importancia bajo el mando de Yasser Arafat. Incluso esta organización atacó al Estado de Jordania cuando una facción más radical secuestró aviones occidentales con destino a Ammán, la capital jordana. El escenario de enfrentamientos era cada vez más complejo en la región y se trasladó al contexto internacional: en 1972 miembros de esa organización atacaron a deportistas israelíes en los Juegos Olímpicos de Múnich asesinando a once miembros del equipo olímpico de Israel.
En 1973 luego de una nueva guerra árabe-israelí, la OLP dejó de lado sus tácticas terroristas y se acercó al reconocimiento de Israel proponiendo la idea de los “dos Estados”, intentando un acercamiento diplomático entre las partes. No obstante, en 1982 nuevamente la facción más radical de la OLP, ubicada en el Líbano, comenzó un nuevo conflicto bélico contra Israel. Quien nuevamente triunfó y envió a los líderes palestinos de esa contienda a un exilio a Túnez.
En la década del 80 comenzaron las denominadas “intifadas”: levantamientos palestinos contra Israel en Cisjordania y Gaza. La primera de ellas fue en diciembre de 1987 que continuó por varios años hasta septiembre de 1993 y que resultó con miles de palestinos muertos y heridos. Este proceso culminó con los Acuerdos de Oslo, entre Yasser Arafat (Presidente de la OLP), Yitzhak Rabin (Primer Ministro israelí) y Shimon Peres (ex ministro de Israel), por los cuales todos recibieron el Premio Nobel de la Paz.
A pesar de esos acuerdos de paz, en septiembre de 2000, comenzó la Segunda Intifada, la cual fue provocada por la visita de Ariel Sharon (líder de la oposición en Israel) al Monte del Templo, lugar sagrado de judíos y musulmanes. El hecho fue condenado por Arafat, lo que llevó a una serie de enfrentamientos y protestas en la misma Jerusalén y en Cisjordania. Esa intifada culminó en 2003 a propuesta del Presidente de EE. UU, George W. Bush a través de una hoja de ruta llamada “Oriente Medio: la hoja de ruta hacia la paz». Estuvieron de acuerdo en los términos generales, pero no se logró la solución final: el establecimiento de dos Estados independientes.
El caso de Gaza es más particular. Desde 1967 hasta 2005 estuvo bajo control israelí aún con la inmensa mayoría de población palestina. Una vez retirado Israel, cayó en manos de la organización fundamentalista Hamás en 2007, después de una guerra civil con otra organización musulmana, Fatah. La cual responde a las directivas de la Autoridad Palestina, con asiento en Cisjordania. En 2008, se produce un alto el fuego entre Hamás e Israel con la mediación egipcia. Una vez finalizado, luego de seis meses, los enfrentamientos continuaron constantemente hasta la actualidad.
Una vez que Hamás tomó control de Gaza, el conflicto escaló a niveles más radicalizados. Teniendo en cuenta que es una organización fundamentalista que pretende la total extinción del Estado israelí, y lo hace mediante tácticas consideradas de terrorismo.
Como respuesta, tanto Israel como Egipto, impusieron un estricto asedio a ese territorio tanto terrestre, aéreo, naval, sumado a constantes tácticas militares israelíes como la “Operación Plomo Fundido” en 2008 o “Margen Protector” en 2014, más el endurecimiento de los controles en la frontera con Gaza.
En este contexto, la situación se volvió más tensa cuando Estados Unidos, a través de Donald Trump, anunció que reconoce a Jerusalén como capital de Israel, trasladando la embajada norteamericana a la ciudad santa. En la misma línea lo hicieron otros países, como Brasil bajo el gobierno de Bolsonaro. Hecho que es considerado una afrenta significativa a los intereses árabes.
Uno de los enfrentamientos últimos más tensos fue en 2021, cuando el ejército israelí cerró la plaza popular en la Ciudad Vieja de Jerusalén durante el comienzo del Ramadán, fecha sagrada para los musulmanes. En este mismo contexto, desalojaron a familias palestinas de sus hogares en Jerusalén Este, acusando al gobierno de Israel de una limpieza étnica para “judaizar la ciudad santa”.
Los enfrentamientos entre ambas facciones continuaron de manera sostenida y persistente hasta llegar a lo sucedido en octubre pasado cuando fuerzas de Hamás realizaron un ataque coordinado y sin precedentes desde Gaza a Israel.
La violencia se ha intensificado en los últimos años, especialmente con la incursión que derivó en una respuesta contundente de Israel sobre Gaza y que ha significado la pérdida de miles de vidas palestinas inocentes (especialmente niños) y la destrucción de edificios, hospitales, universidades, iglesias y todo tipo de construcciones en Gaza.
En definitiva, cuando dos bandos están enfrentados en un conflicto de tan larga duración como el árabe-palestino, cada parte acusa a la otra de comenzar y profundizarlo. Es por eso que una solución es cada vez más complicada y difícil. La paz para la región ha sido una meta complicada de lograr desde el mismo momento en que fuerzas internacionales quisieron implantar una solución, con una visión, que no tuvo en cuenta lo que la población local requería.
Es probable que nuevos capítulos se sucedan hacia adelante y lo más preocupante es que cada vez sean más graves sus consecuencias, especialmente para la población civil tanto judía como palestina.