Desde 2016, cada sábado por la tarde, un heterogéneo grupo de mujeres se reúne en un espacio del Museo Evita Palacio Ferreyra para bordar. La actividad se convirtió en un ritual. Y el grupo, conformado por mujeres de distintas edades y clases sociales, logró transformarse en un colectivo. Aunque ellas también se consideran una familia.
El colectivo de Mujeres Bordadoras está muy atravesado por lo afectivo, por lo amoroso. Es una comunidad de mujeres que se respetan unas a otras, donde se sienten queridas, escuchadas. Cuando alguna falta a un encuentro, el resto se preocupa. Durante la pandemia siguieron conectadas, algunas hicieron todo lo posible para enseñar a otras a utilizar plataformas como Meet. Jamás dejaron de reunirse, aunque fueran encuentros virtuales.
Cada sábado, las bordadoras abandonan sus mundos para ingresar a uno nuevo, uno ficcional, donde se ensamblan, se educan, y producen. Y conciben al museo como un territorio de paz, al que todas pertenecen. “Pensamos el espacio museo como una plataforma de encuentro”, dice la licenciada Mariana del Val, actual directora del Museo Evita Palacio Ferreyra y coordinadora del grupo. El ejemplo de las bordadoras es una invitación a seguir reivindicando y resignificando espacios públicos, para construir comunidades inclusivas y transformadoras.
Los comienzos
Todo comenzó en 2015, cuando Mariana llevó a sus estudiantes de la cátedra de Pintura de la Licenciatura en Artes Visuales a barrios vulnerables de la ciudad de Córdoba. El objetivo era proponer espacios de encuentro e intercambio de saberes a través del arte, con talleres dirigidos a niños y adolescentes. Con el correr de los días, detectaron que las madres de los chicos hacían posibles los encuentros, aunque no participaban de nada. Tanto la docente como los alumnos se dieron cuenta de que esas mujeres necesitaban un espacio propio, pero fuera del barrio. Casualmente, en diciembre de ese año la nombraron directora del museo. Y decidió invitarlas.
“En un barrio, una chica me cuenta que ella bordaba los trajes de murga de las comparsas del lugar. Me dijo «yo no sirvo para nada». No te creo, le dije yo. Me mostró un traje de murga que había hecho y yo pensé que era una obra de arte increíble. Le propuse enseñarles a otras mujeres a bordar y me respondió «ni siquiera terminé el primario, qué voy a enseñar». Pero nos enseñó”, cuenta Mariana. Y eso hicieron durante 2016: aprendieron a bordar. La idea era rescatar un saber popular. En esos sábados de aguja e hilo y meriendas compartidas, empezaron a vincularse y comenzaron a aparecer sus historias.
“Para mí, la obra de arte era el dispositivo complejo de una serie de mujeres bordando en un espacio museo que funciona en una casa patrimonial que alguna vez perteneció a la alta burguesía. Entonces, un lugar que estaba reservado para la aristocracia hoy se vuelve un lugar del pueblo, un lugar popular, un lugar de acceso a toda la población. Además, en un lugar dedicado a la contemplación, yo les venía a proponer que nos juntemos no solo para contemplar, sino que nos juntemos para hacer”. A fin de año tuvieron un montón de producciones bordadas, por lo que decidieron exponer. “Y la muestra fue un flash. Vino muchísima gente”. Para ella fue una gran sorpresa que ese objeto museable fuera, además, admirado.
A finales de 2016, Mariana llevó al grupo a una sala del museo para observar una obra de Fernando Fader que se llama Las colchas. En la pintura aparece un grupo de mujeres bordando laboriosamente. Ella les dijo que un grupo de mujeres que bordaba había sido algo muy valioso para el artista. Pero Andrea, una de las bordadoras, le contestó “hay una diferencia entre esas mujeres y nosotras: ellas están ahí por trabajo. Nosotras estamos acá por arte”. A partir de ahí, hubo un giro en el proyecto. En 2017 decidieron elegir una temática transversal para el equipo y bordar en función de eso. Pensar en un tema, trabajarlo, cargarlo de contenido también implicó un cambio. En los encuentros de cada sábado comenzaron a invitar a sociólogos, psicólogos, historiadores para que, cada especialista desde su temática, les explicara qué significaba el tema elegido. Así trabajaron con el deseo, con los mitos de lo femenino y lo masculino, con la palabra (para el Congreso de la Lengua, en 2019). Este año están trabajando sobre el caos. De esta manera, el grupo se nutre de contenido e invitan a actores externos para que las ayuden a pensar desde otros lugares. Luego, todo ese proceso se transforma en una pieza bordada.
El colectivo
El grupo está conformado por una veintena de mujeres que van desde los 15 años hasta los 80. Algunas vienen de sectores muy vulnerables. Hay bordadoras que son docentes universitarias y otras no terminaron la escuela. Está Nena, por ejemplo, quien a partir de su experiencia con el grupo decidió empezar el primario. El colectivo articula distintos modos de vida, distintas generaciones y distintas realidades y logra hacerlo con éxito, porque el proceso se basa en lo reflexivo, en lo creativo y, fundamentalmente, en el disfrute.
“Nosotras acá venimos todas juntas. Nos sacamos el estrés de la casa, el estrés del trabajo. Es como nuestro mundo en un espacio que es solamente nuestro. Entonces lo compartimos con una abuela, una hermana, amigas, somos todas unidas. Tenemos diferentes pensamientos, diferentes clases sociales pero a la vez todas pensamos igual, porque queremos el mismo proyecto”, dice Lorena Videla. Participa en Bordadoras desde hace cinco años. También vienen su mamá, su hermana y su sobrina.
Sabina Zamudio tiene 33 años. Llegó al grupo hace tres. Ella ya bordaba y buscaba un espacio para poder compartir y experimentar sobre sus saberes, pero terminó encontrando una familia. “No tengo muchas figuras femeninas importantes en mi vida, mi mamá falleció cuando yo era muy chica y no tengo una familia muy consolidada, por así decirlo. Cuando llegué a las Bordadoras me encontré con una red de mujeres muy fuerte y muy increíble. Aparte de trabajar en conjunto y hacer intercambio de saberes, me encontré con abuelas, con madres, con primas, amigas, hermanas, con todo. Y esos vínculos también se ven en el trabajo comunitario y en las obras después. Pero en lo personal, para mí fue como un consuelo. Me sentí muy contenida en muchos momentos, por ahí difíciles. Y también se comparten mucho las alegrías”.
Andrea Videla es la hermana de Lorena. De su familia, fue la primera en ingresar al grupo. Desde hace seis años viene cada sábado, sin falta. Cuando su mamá atravesó un período personal difícil, la invitó al grupo para que se distrajera. Luego, se sumó al grupo Alison, su hija. “A pesar de que vengo de una villa de emergencia, me recibieron con los brazos abiertos, como si fuera una más. Nunca me discriminaron. Me sentí como una más de la familia”, explica.
Orfilia Tolosa, más conocida como Chela, nació en el departamento Ischilín, se crió en Deán Funes y desde hace más de 40 años vive en Córdoba. Trabajó como empleada doméstica durante muchos años. Crió a todos sus hijos mientras trabajaba. En unos meses cumple 80 años. Dice que tuvo una vida larga. Para ella, el sábado es su día dedicado a juntarse con “las chicas”.
El grupo funciona como un espacio seguro para todas, por lo que tomaron la decisión de no permitir que ingrese cualquier persona. Para unirse, hay que pasar algunos “filtros”, como compartir algunas jornadas abiertas, que organizan cada tanto. Y todas las integrantes deben estar de acuerdo. Buscan evitar gente que pueda ocasionar conflictos o personas que quieran ingresar por el solo hecho de tener la posibilidad de exponer en el museo. En el grupo son todas iguales, ninguna está en un lugar central.
Bordar Evita
El pasado 29 de julio, las Bordadoras inauguraron una muestra homenaje a Eva Duarte de Perón, en el marco del 70° aniversario de su fallecimiento. La idea surgió a raíz de la lectura grupal de La razón de mi vida. Juntas analizaron el texto y la época y reflexionaron sobre la vida y el legado de Evita. Luego, cada una eligió bordar una frase con la que se sintió interpelada, lo que se transformó en verdaderas obras de arte.
Algunas vivieron la historia de Evita de cerca. Chela, por ejemplo, cuenta que aprendió a bordar a los nueve años, en una unidad básica peronista. “Yo vi a Evita personalmente cuando pasaba en un tren. Yo vivía en un lugar donde pasaba el tren que iba al norte y la vi personalmente. Era una mujer hermosa”. Tiene, además, el recuerdo de cuando se aprobó el voto femenino. “Mi mamá fue a votar y volvió llorando, estaba emocionada”, dice.
Otras conocieron la historia de Eva en profundidad a raíz de la lectura grupal del libro. “Con la frase que tenía bordada imaginé otra cosa más, como que nosotras hablábamos con ella, agradeciéndole por las cosas que ella daba o por cómo apoyaba a la mujer”, explica Lorena. En su lienzo bordó también «Evita, mi señora, muchas gracias por darme los medios de ganarme mi propia independencia».
Juntas, lograron vincular la vida y obra de Eva Perón con el bordado y con la importancia de ocupar un espacio que antes estaba reservado a una clase acomodada. En el jardín de invierno, donde hoy está montada la muestra, antes se juntaban a bordar las mujeres de clases acomodadas.
La muestra puede verse hasta fines de septiembre. Vale la pena recorrerla, apreciar cada bordado, entender la importancia de las frases elegidas, recordar -una vez más- a Evita y su legado y conocer este gran proyecto de mujeres bordadoras.