Hace un año, las amenazas y las tensiones entre Rusia y Occidente -representados por la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte)- llegaron a un punto de no retorno. El presidente ruso, Vladimir Putin, anunció el lanzamiento de una “operación militar especial para desmilitarizar y desnazificar” a Ucrania, con motivo de defender las autoproclamadas repúblicas de Lugansk y Donestsk en la región del Donbás, al este del territorio ucraniano. El paso previo fue la autoproclamación de independencia de esas regiones y el consiguiente reconocimiento por parte de la Duma rusa, el parlamento de ese país.
El ejército ruso inició una invasión en territorio de Ucrania a gran escala en puntos considerados estratégicos, mediante la entrada por tierra de tropas por el este, sur y desde el norte por Bielorrusia, principal aliado de Moscú. Rápidamente tomaron control del puerto de Berdiansk y la ciudad de Jerson, cerca del mar Negro, como así también de varias ciudades alrededor de Kiev. El intento de toma de la capital fracasó por la resistencia de las fuerzas ucranianas. El presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, -un ex actor sin mayor peso político local- entendió que la subsistencia de su país depende de los aportes internacionales, por lo que comenzó un proceso de búsqueda de armamento, municiones y dinero para hacer frente al ejército ruso, contando con el apoyo explícito de Estados Unidos y la OTAN. Su actual tarea es tratar de mantener esos aportes a través de exposición, que lo lleva a aparecer constantemente en múltiples espacios como cumbres multilaterales, entrega de premios, revistas de moda, eventos deportivos, entre otros.
En abril, Rusia afirmó haber conquistado la ciudad de Mariúpol, un puerto que es estratégico en el mar de Azov, ya que la toma de esa ciudad asegura al Kremlin que las fuerzas de Crimea y del Donbás puedan estar más fácilmente conectadas. La resistencia local llevada a cabo por unos dos mil ucranianos continuó la lucha desde los laberintos subterráneos de la fábrica de Azovstal. Finalmente, a mediados de mayo, la resistencia cayó y quedó en poder del ejército ruso. En este frente se calcula que murieron al menos 200.000 personas. La ciudad de Mariúpol quedó destruida casi por completo.
Ya con armamento y logística occidental, el ejército de Ucrania comenzó varias contraofensivas. Entre ellas, la reconquista de la región de Járkov luego de violentos combates entre las fuerzas. Mientras que en el sur, la región de Jerson fue tomada nuevamente por Ucrania en el mes de noviembre, luego de un avance lento pero contundente, especialmente en las líneas de suministro de municiones rusas.
La invasión de las tropas rusas, que se venía planteando como inminente, desencadenó una serie de condenas internacionales hacia Putin, Rusia y luego todo aquello que sea ruso: suspensión de diplomáticos, de escritores, intelectuales, deportistas y hasta la expulsión de la selección de fútbol de las eliminatorias para Qatar 2022. Además de ello, las sanciones por parte de gobiernos occidentales se dieron en el plano político y especialmente económico, con la suspensión de Rusia de sistemas de pagos internacionales que procuraban aislar y debilitar al gobierno de ese país. Condenas que se fueron endureciendo con el paso de los meses, pero que no lograron el objetivo deseado e hicieron que Moscú afianzara aún más su alianza con países asiáticos, en especial con China.
Casi al instante de iniciar la invasión, tanto Europa como Estados Unidos, comenzaron a enviar armas, municiones y hasta mercenarios al campo de batalla. Conjuntamente, también se inició el desbloqueo de miles de millones de dólares de ayuda militar para el gobierno ucraniano, con el objetivo de rearmar, abastecer y fortalecer un ejército que era de los más débiles de Europa. Todo ese dinero enviado (y el que continúe fluyendo hacia Kiev) inevitablemente deberá ser pagado por Ucrania y especialmente por su pueblo, que aún con la guerra, deberá comenzar a devolver esas exorbitantes cifras. Se habla de, aproximadamente, 26.000 millones de dólares entregados, pero no se sabe si son a título de donación, préstamo o venta. Esta situación, sin duda, será una de las consecuencias más profundas que dejará el conflicto en el futuro del pueblo ucraniano.
Las causas del conflicto son variadas y muy profundas, que no se pueden replicar en este pequeño espacio. Básicamente hay que señalar que Ucrania es un país dividido en dos grandes zonas: la oriental y la occidental. La primera, donde se ubica la región del Donbas, eje del conflicto, tiene una población mayormente rusófila: hablan ruso y tienen vínculos familiares, religiosos y culturales con ese país. Por otra parte, la porción occidental siempre tuvo recelos de Rusia y se considera más europeísta, al punto de que durante la ocupación nazi hubo un grupo local llamado Ejército Insurgente Ucraniano, que colaboró con los invasores ya que tenían como enemigo común a la Unión Soviética. Además, existen otros factores religiosos, políticos, económicos y sociales que explican esta situación conflictiva.
Como causales más recientes, el conflicto escaló de forma determinante por dos hechos: el primero fue el golpe de Estado -propiciado por Occidente- que derribó el gobierno del presidente Yanukovich en 2014 y la posterior ocupación de la península de Crimea por parte de Rusia ese mismo año. Esa región fue territorio ruso desde 1783 y había sido cedida por Jrushchov a la República Socialista de Ucrania en 1954 por el régimen comunista. Además es un lugar clave, ya que está enclavada en el Mar Negro y la ciudad de Sebastopol es un punto neurálgico de la zona para controlar el flujo comercial, naviero y militar, donde la flota rusa tiene un importante asiento.
La llegada del nuevo gobierno en Ucrania viró su política hacia Occidente: comenzó las tratativas para incorporarse a la Unión Europea y, más cercano en el tiempo, también como miembro de la OTAN. Los nuevos gobiernos pro-occidentales redactaron una nueva constitución y, desde 2019, la Carta Magna ucraniana los obliga a intentar incorporarse a ambos bloques.
Esta situación fue la que puso en alerta al gobierno ruso que denunció sistemáticamente en cada cumbre multilateral que no aceptaría que las fronteras de la OTAN continuaran acercándose a su territorio. Denuncias y proclamas que nunca fueron receptadas por los líderes occidentales y que violaban abiertamente los Acuerdos de Minsk firmados en 2015, que ponían un freno a la instalación de bases militares cercanas a la frontera rusa. Estos tratados tuvieron como finalidad impedir nuevas bases de la OTAN cerca de Rusia y poner fin a las acciones separatistas de las regiones prorrusas del Donbás, ya que habían sido declarados como “terroristas” por parte del gobierno de Turchynov en Kiev, entre febrero y junio de 2014, comenzando un ataque de fuerzas ucranianas en zonas civiles, calculándose la muerte de cerca de 30.000 personas. En junio de 2014, asumió Poroshenko la presidencia ucraniana y propuso terminar la guerrilla en el Donbas por medio de los Acuerdos de Minsk. Esos acuerdos no fueron cumplidos por ninguno de los bandos y desencadenó los sucesos actuales.
El papel de la OTAN es clave para comprender el conflicto. Esta organización fue una alianza militar creada en 1949 como una forma de contrarrestar el poder del eje soviético y oponerse al Pacto de Varsovia, su equivalente del campo socialista. Pero una vez caída la Unión Soviética en 1991, la OTAN perdió la importancia y el objetivo por el que había sido creada. No obstante, comenzó un proceso de readecuación, ya que si bien Rusia durante la década de los 90 estuvo aislada, humillada e inmersa en una profunda crisis interna y externa, se tenía en claro que una vez superado el período comunista, en algún momento el poderío económico, político, natural y social ruso emergería. Por ello, la OTAN empezó la expansión de sus países aliados hacia el este, cercando poco a poco el territorio ruso con bases militares en lugares estratégicos, a pesar del compromiso de los países occidentales (especialmente Estados Unidos) de no extender la OTAN al espacio pos-soviético.
Esa promesa nunca se cumplió, ya que se incorporaron a la OTAN la República Checa, Hungría y Polonia en 1999; Estonia, Letonia, Lituania, Eslovaquia, Eslovenia, Bulgaria y Rumania en 2004; en 2009, Croacia y Albania; en 2017, Montenegro y en 2020 Macedonia del Norte. El punto límite llegó cuando Zelensky inició el procedimiento para que Ucrania también ingresara, siendo lo que finalmente desencadenó la reacción militar de Rusia. Además de todo ello, la OTAN también tiene bases en países del centro de Asia que terminan de conformar un cinturón sobre Rusia.
La guerra actual sostenida por las ayudas financieras y militares de Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y buena parte de Europa, se plantea como trasfondo que no es un conflicto solamente entre Rusia y Ucrania, sino entre la OTAN y Rusia, utilizando el territorio y la población ucraniana como campo de batalla, con las consiguientes destrucciones de infraestructura, personas desplazadas, caída del nivel de vida y pérdidas en vidas humanas que esto conlleva. La visita de sorpresa y relámpago del presidente norteamericano Joe Biden demuestra claramente cuál es la intención de Estados Unidos: estirar el conflicto aún más con una escalada de tensiones entre las principales potencias, agravado por la promesa del envío a Kiev de decenas de tanques pesados. Todo ello llevó a que Putin anunciara ante el Parlamento que Rusia suspendía su participación del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START), llamado New Start III, que estaba vigente, lo que conllevó la posibilidad del Estado ruso de aumentar su capacidad de armamento nuclear y ser utilizado para la batalla.
El balance de la guerra en términos geopolíticos es un creciente enfrentamiento entre dos ejes claramente delimitados: por un lado, Occidente, representados por la OTAN, que suministra dinero, armamento y logística en un campo de batalla cada vez más desgastado. Por otro lado, Oriente, con Rusia a la cabeza pero con la amenaza de entrar en el conflicto a un actor que todavía estaba distante, como lo es China.
Desde lo humano, Naciones Unidas ha denunciado miles de desplazados desde Ucrania hacia el resto de Europa, creando así numerosos conflictos sociales en esos países, como así también la destrucción de todo un país con motivo de las hostilidades y, lo peor de todo: las numerosas pérdidas de vidas, tanto de civiles como de soldados de ambos ejércitos.
Desde el comienzo de las hostilidades, la escalada de gravedad es cada día mayor, involucrando a cada vez más actores y teniendo impacto en múltiples factores de la vida diaria (aún de este lado del mundo). El inicio de esta guerra derivó de errores de cálculo de los principales actores, ya que la OTAN nunca advirtió los errores de su política de expansión sin medir consecuencias hacia el este, pero también de Putin, quien no calculó que el conflicto se extendiera por tanto tiempo debido a la resistencia local y al apoyo Occidental que, muchas veces sin medir consecuencias, recibió y recibe el gobierno ucraniano.
La perspectiva a futuro es que la guerra tome dos caminos: el primero y menos probable implica lograr ciertos acuerdos, teniendo en este caso a Turquía como mediador, ya que el gobierno de este país es miembro de la OTAN pero tiene vínculos estrechos con Moscú; el segundo y más probable es que las tensiones, las escaladas y los combates se incrementen aún más, entrando en escena nuevos protagonistas -como China si provee armas a Rusia- que indefectible y lamentablemente, pueden llevar a desencadenar una Tercera Guerra Mundial.