Por Lucas Ezequiel Bruno[1]
En noviembre de 2003 la Plaza de Mayo fue el escenario elegido por los piqueteros opositores al kirchnerismo para consagrarse como antagonistas al gobierno. Raúl Castells, del Movimiento Independiente Justicia y Dignidad, declaraba con tono altisontante: “No alcanza con las treguas, como en Bolivia. Hay que entrar de una vez a tomar la Casa de Gobierno”. El mito jacobino de la Revolución Francesa, la premisa rousseauniana de la soberanía popular, la ilusión de la democracia directa de la polis griega; fantasías que lega Occidente. Duhalde, en conjunto con la gran mayoría de los intendentes del conurbano bonaerense del PJ, se molestaban por las “manos de seda” del Presidente en relación a los violentos y encapuchados. Kirchner declaraba en “A Dos Voces” del canal televisivo Todo Noticias: “Cuando los dirigentes de estos sectores van a elecciones, sacan el 2 por ciento, el 1 por ciento de los votos, con suerte, en todo el país”. El mito liberal alberdiano tributario de los federalistas norteamericanos, la premisa de la representación formal lockeana, la ilusión de la democracia representativa moderna post revolución industrial; fantasías que también lega Occidente.
En el transcurso de la semana pasada la vicepresidenta Cristina Kirchner forzó dos debates latentes y costosos para nuestra región y para el discurso peronista. Por un lado, el debate en torno al capitalismo y, por otro, el debate en torno a la democracia y la representación política. Ambos se pertenecen y se implican mutuamente. Si Cristina Kirchner puso en el centro de la discusión pública el trabajo, los planes sociales y el peronismo estamos llamados a decir que puso en discusión el capitalismo contemporáneo y las representaciones políticas actuales.
Estamos de acuerdo en que el capitalismo ya no es productivo como lo fue durante los Siglos XVIII, XIX y XX. Sino que ha mutado hacia su financiarización que implica la acumulación del capital por el mero hecho de la circulación del mismo en determinados circuitos; ya no necesita explotar a los trabajadores y extraer su plusvalía, tampoco necesita invertir en grandes industrias. Pero esto no es todo. El capitalismo financiarizado está inscripto y cuenta a su favor con una determinada maquinaria de producción de sujetos, políticas públicas e ideologías. Es co-constitutivo de este capitalismo la racionalidad neoliberal que no es ni más ni menos que un régimen normativo de la conducta. El sujeto, el Estado, la democracia, la sociedad civil es convertido/traducido en capital que debe mejorar su performance competitiva, es decir, debe invertir en sí mismo, acumular en sí mismo y venderse de la mejor manera. Todo ámbito de la vida social se ha economizado a partir de la racionalidad neoliberal. El sujeto debe invertir en sí mismo para ser competitivo en el mercado de cuerpos -que puede ir desde Tinder o un boliche hasta una entrevista laboral-; el Estado debe hacer crecer el PBI de manera infinita, sin parámetros del “vivir bien”; la democracia debe tender a administrar la competencia, no a construir la igualdad; la sociedad civil, las ONGs, inclusive parte de los movimientos sociales deben mejorar sus créditos para un desempeño efectivo en el capitalismo financiero. Todo aquello que no es susceptible de invertir en sí mismo es una excrecencia, una anomalía, una muestra de la posibilidad del fracaso -necesaria también para la vista de todos-.
Está claro que a este capitalismo signado por la racionalidad neoliberal no le interesa generar “trabajo genuino”, mucho menos la reconversión en trabajo de quienes no pueden invertir en sí mismos -por ejemplo, quienes perciben un programa social-. La gran mayoría de la dirigencia política argentina cree aún en el capitalismo como modo de producción de bienes, servicios y trabajo. El peronismo en su gran mayoría cree en el capitalismo. De hecho, podríamos decir que a partir del discurso de Cristina se abre una discusión muy costosa al discurso peronista: ¿qué hacemos con el capitalismo? ¿lo tratamos de domesticar y dirigir o lo minamos para ver si es posible que conviva con otro modo de producción más justo? Debate que el propio discurso peronista había clausurado después de los setenta, después de los echados de la plaza, después de la tragedia. Hubo una generación de peronistas que intentó, fallidamente, impugnar el capitalismo desde el propio discurso peronista. Pareciera que hoy en día esa discusión ultrajada y costosa se volviera urgente: reitero, no se puede discutir qué hacer con la pobreza y los planes sociales si no se discute también cómo abordamos este capitalismo. Hay datos que se imponen con crudeza: en el mejor momento democrático desde 1983, que fue durante el gobierno de Cristina Kirchner, no se pudo perforar el techo de aproximadamente 25% de pobres, hoy mismo la cifra ronda el 40%. La población con trabajo en relación de dependencia es mucho menor a la que tiene otros tipos de trabajo o sin trabajo -poco más de 6 millones contra más de 11 millones-. ¿Capitalismo infinito y racionalidad neoliberal? ¿Qué posición enunciativa nos permite pensar algo por fuera -o si no es por fuera por lo menos con mayor exterioridad-?
Los movimientos sociales, en su gran abanico de expresiones -ambientalistas, feministas, economía popular, entre otros- tienen algo para aportar en este debate. Como sucedió a fines de la década de los noventa donde el movimiento piquetero fue quien posibilitó la apertura del régimen neoliberal y, en parte, el discurso kirchnerista es hijo de dicho movimiento, en el 2022 ciertos movimientos sociales pueden postular las condiciones para pensar la apertura del capitalismo infinito. Existe un saldo acumulativo de los movimientos sociales a partir de la incorporación en el proceso histórico kirchnerista: ya no pueden ser más aquellos que sólo pongan en escena el hambre y la miseria, tampoco los que ocupen lugares testimoniales en el Estado, ahora están dispuestos a definir el orden mismo, a decir cómo tiene que ser ese orden, a contornear los límites de la realidad social. Exceso, desmesura y desborde que introdujo el mismo discurso kirchnerista y hoy pareciera que vuelve como su anverso, como el trauma irresuelto. ¿Y por qué hoy los movimientos sociales pueden posibilitar la apertura del capitalismo infinito? Porque son descriptos como el síntoma improductivo del sistema, como la lumpenización de los trabajadores, como las locas que gritan en la calle por los femicidios, como los descabellados que no quieren cortar un árbol para que pase una ruta, etc. etc. etc. Al ser definidos como una heterogeneidad social, es decir, aquello heterogéneo al sistema de representación, aquello que no tiene voz y que sólo es ruido, aquello que no puede ser simbolizado, son portadores de una potencia política fenomenal. En los movimientos sociales hay potencia política para nombrar aquellos innombrable por el capitalismo, por ejemplo, los trabajadores de la economía popular. De la excrecencia al nombre, del ruido a la voz, de lo abyecto a la identidad: esa es la función de los movimientos sociales. En definitiva, los movimientos sociales de hoy son la oportunidad para que el discurso peronista pueda saldar su deuda con la discusión en torno al capitalismo infinito.
Ahora bien, la pregunta que nos debemos hacer es si alcanza con la representación liberal, la democracia formal y las instituciones respectivas para perforar los límites del capitalismo financiarizado y la racionalidad neoliberal. Cristina y Néstor responderían que sí, o por lo menos han demostrado sentirse cómodos con cierto institucionalismo. Castell sacó menos del 0,4% en las elecciones presidenciales del 2007, cayó en el entrampamiento del discurso institucionalista propuesto por Kirchner como mencionamos arriba. La propuesta de Cristina hacia los movimientos sociales pareciera ser la misma: preséntense a elecciones; yo, los Gobernadores, los intendentes tenemos los votos. Reitero lo ya dicho, tensión constitutiva de nuestras democracias, por un lado, la apelación a cierto mito jacobino y popular y, por otro, la apelación a cierto mito liberal e institucionalista. Esta forma de comprender la democracia y la representación política, lejos de permitir la impugnación del capitalismo y la racionalidad neoliberal, lo ratifican. Los tópicos de la democracia liberal obliteran la posibilidad de radicalización del antagonismo político a partir de una deficiente mediatización de las representaciones políticas.
A esta tradición democrática-institucionalista-liberal necesitamos sobreponer otra tradición democrática-populista-jacobina. Aquí la representación es más borrosa, menos transparente y no está definida en términos del sistema electoral. La democracia y la representación política instituirían la posibilidad misma de constitución de las identificaciones políticas populares. La democracia plebeya ya no constituiría la posibilidad de disputar la hegemonía a partir de la presentación en elecciones formales, sino la posibilidad de disputar la hegemonía a partir de la emergencia de un discurso que impugne el sistema en cuanto tal. El sistema democrático generaría las condiciones de posibilidad para que los movimientos sociales construyan hegemonía, gobiernen y definan los límites de la comunidad política. En definitiva, la impugnación de una racionalidad rectora como la neoliberal supone esta tradición democrática popular, por fuera de los límites del liberalismo, que promueve otro tipo de racionalidad política.
La tramitación de la apertura del capitalismo financiarizado y la racionalidad neoliberal tiene como condiciones de posibilidad la agenda y la posición enunciativa de gran parte de los movimientos sociales y, además, otra forma de comprender la democracia por fuera del institucionalismo liberal. Lo que se debate en la Argentina por estos días son los límites y contornos del propio discurso kirchnerista y, nos animamos a decir, no solo del discurso kirchnerista, sino también del mismísimo peronismo. Los movimientos sociales tienen el desafío de, a pesar y excediendo a Cristina, forzar el corrimiento de los límites de lo posible dentro de la identidad peronista. Ahora bien, la dirigencia política, ¿estará a la altura de estos cometidos?
[1] Doctor en Ciencia Política. Referente del Movimiento Evita.