Como primera confirmación, está el hecho de que Luiz Inácio Lula Da Silva se impuso a Jair Bolsonaro con el 48% de los votos, frente al 43% que obtuvo el actual Presidente. Esto perfila al candidato del PT de mejor manera para la segunda vuelta del 30 de octubre, ya que sólo necesita sumar el 1,6 por ciento de los votos para convertirse por tercera vez en presidente de Brasil. Por su parte, Bolsonaro podría quedar como el primer candidato en la historia de Brasil en intentar ser reelecto presidente y no conseguirlo. Para evitar esto, debería convencer a tres de cada cuatro personas que no lo votaron en el primer turno. Con este panorama de final abierto, Lula sigue siendo el principal favorito para ganar en el ballotage.
La segunda certeza es que el sistema electoral brasileño es absolutamente confiable. Se trata de un voto totalmente electrónico, ya que no hay boletas de papel ni urnas, sino un simple dispositivo similar a una pequeña computadora con una pantalla, un teclado con números desde el cero al nueve, y botones para confirmar lo seleccionado: verde para ratificar el voto; naranja, para corregir; y blanco, en caso de que querer votar en ese sentido. Una vez terminado el horario de votación, cada presidente de mesa introduce un código en la máquina, y esta le entrega un recibo con el recuento. El mismo es enviado paralelamente al sistema central de la Justicia Electoral situada en Brasilia. Estos dispositivos no tienen ningún tipo de conexión inalámbrica, lo que hace que sea invulnerable a ataques de hackers, y, en zonas donde no tengan energía eléctrica, funcionan a base de pilas. Por lo que es un sistema seguro, sencillo y eficiente.
Cabe aclarar que a través de este mecanismo Jair Bolsonaro fue elegido como Presidente en 2018, pero en miras al rechazo social que se ganó durante su mandato, sumado a los números que arrojaban las encuestas previas, el actual mandatario comenzó, desde hace meses, una serie de críticas al sistema de votación, dejando entrever un hipotético rechazo a los números que arrojen los resultados finales del domingo 2 de octubre sobre un posible “fraude electoral” en su contra. Ahora bien, con los resultados finales de esta primera vuelta, y con casi el 43% de los votos cosechados por el actual Presidente, esas afirmaciones y denuncias quedaron solapadas. Esto genera una buena señal en la oposición, ya que ahora el primer mandatario no podrá esgrimir un supuesto fraude para la segunda vuelta.
En tercer lugar, conocido el resultado obtenido en esta primera vuelta, puede afirmarse que las encuestadoras han fallado nuevamente respecto a sus predicciones, ya que la gran mayoría daban como ganador en primera vuelta a Lula Da Silva con una intención de voto superior al 50 por ciento. Algunas pocas vaticinaban la posibilidad de un ballotage pero con un porcentaje de votos del actual Presidente mucho menor a lo que finalmente acumuló. Esto demuestra, por un lado, las groseras fallas que han tenido en cuanto a las proyecciones electorales y, por el otro, que muchos votantes de Bolsonaro, ya sea por miedo o vergüenza, no lo expresaron en forma previa. A esto se le suma los comentarios anti-encuestadoras que el mismo Presidente manifestó un mes antes de las elecciones, lo que generó que muchos simpatizantes bolsonaristas comenzaran a no responder cuestionarios dando a conocer su intención de voto.
Por último, otra confirmación que ha arrojado la elección del domingo 2 de octubre es la profunda polarización existente entre dos modelos de país absolutamente distintos, que opone a Lula (progresismo) y Bolsonaro (neofascismo). En estos dos candidatos se repartieron más del noventa por ciento del electorado, dejando relegado, y muy lejos, a terceras opciones, como Ciro Gomes (de centro izquierda, ex ministro de Lula) o Simone Tebet (de centroderecha, representante de sectores conservadores del campo brasileño). Cabe resaltar que ambos candidatos ya expresaron su apoyo a Lula para la segunda vuelta, lo que puede torcer definitivamente la elección a favor del expresidente para acceder por tercera vez al máximo cargo en Brasil.
Estos comicios se han presentado como los más polarizados de la historia del gigante latinoamericano. Incluso se ha trasladado al ámbito de la cultura y el deporte, en donde figuras de la selección brasileña no han dudado en dar apoyo al actual presidente. Como ejemplo de ello puede mencionarse a Neymar, Lucas Moura, Felipe Melo o Robinho (quien fue hace poco condenado a nueve años de cárcel por una violación colectiva en Italia).
Por su parte, Lula recibió el apoyo de otros deportistas como Wanderley Luxemburgo, ex DT de la selección brasileña, o Juninho Pernambucano, ex estrella del fútbol brasileño, quién en declaraciones afirmó: “me revuelco cuando veo jugadores y ex jugadores de derecha. Nosotros venimos de abajo, somos pueblo”. Otro de los destacados apoyos al ex mandatario fue el de Raí, campeón del mundo en 1994 y hermano de Sócrates (ídolo de la selección y líder de la Democracia Corintiana), quien expresó “voto a Lula porque amo la vida, porque respeto la vida, porque respeto todos los colores. Voto a Lula porque soy antirracista y antifascista. Porque respeto a las mujeres, porque respeto las diferencias, porque quiero un país más justo”. En lo que refiere a celebridades del espectáculo e influencers, dieron su apoyo al candidato del PT artistas como Xuxa, Caetano Veloso, Anitta o Pablo Vittar, entre muchos otros, a quienes se sumaron personalidades de Hollywood como Leonardo Di Caprio o Marck Ruffalo o el cantante Roger Waters.
Esta polarización se observa también en el mapa político del Brasil, donde el sur ha quedado en manos del bolsonarismo, con Estados importantes como los de Sao Paulo, Santa Catarina, Paraná o Río de Janeiro (donde el presidente obtuvo un 51% de los votos, mientras que Lula llegó al 40%). Y por otro lado en las regiones del Nordeste, históricos bastiones petistas, entre los que se encuentra Bahía (con casi el 70% de los votos) o Pernambuco, de donde es oriundo Lula, se impuso por amplia diferencia el líder del Partido de los Trabajadores.
Otro dato tiene que ver con que, en un país donde más de la mitad de la población es negra, sólo dos candidatos presidenciales, Vera Lúcia y Leonardo Pericles, fueron de color, y ninguno de los dos aspirantes pudo sumar el 0,1% de los votos. Esta falta de proporción se registró también entre las candidaturas a gobernadores y legisladores. Por lo que podemos deducir que el proyecto político que siempre triunfa y es exitoso en Brasil, es el racismo estructural.
Lo que ha quedado como sorpresa de esta primera vuelta es la consolidación de la figura de Jair Bolsonaro como representante de la derecha internacional. Marcada, a su vez, por lo acontecido durante la pandemia de Covid-19, en la que el actual Presidente fue una de las principales figuras mundiales en negar la enfermedad, argumentando que era una “gripezinha” y que “debían morir quienes deban morir”. Esto dejó un saldo de casi 700 mil brasileños fallecidos por el virus, producto a su vez, de un constante boicot a la llegada de las vacunas al país, siendo uno de los pocos mandatarios mundiales en no vacunarse contra la enfermedad.
Los números sociales son cada vez más preocupantes en el país: crecimiento del hambre, la pobreza, la indigencia y la inseguridad; múltiples denuncias de corrupción contra la familia presidencial; el desastre ecológico ambiental en la Amazonia; sumado al racismo, la misoginia y la violencia política como forma de construir poder. Aun así, con todos estos indicadores de gestión en su contra, Bolsonaro superó los cuarenta puntos de votos y apenas tuvo un tres por ciento menos que en la primera vuelta de 2018, haciendo una gran elección en distritos clave.
Esa consolidación de un fenómeno que aúna a las élites reaccionarias y conservadoras, se plasmó en las urnas y logró, más allá de los resultados de la segunda vuelta, que su partido tenga la mayor base parlamentaria en el Congreso de Brasil, con 99 diputados, convirtiéndose así en la primera minoría y la más importante para una fuerza política desde 1998.
Entre los diputados que responden a Bolsonaro se destaca el general Eduardo Pazuello (segundo candidato a diputado más votado en Río de Janeiro), quien fuera ministro de Salud durante la pandemia, y que defendió el uso de la hidroxicloroquina para tratar el Covid-19, siendo este un medicamento desaprobado por la ciencia. Otro referente es Ricardo Salles (electo diputado por San Pablo), ex ministro de Medio Ambiente, quien renunció en 2021 por ser investigado por tráfico de madera. Esta victoria en Diputados, relegó a la alianza entre el Partido de los Trabajadores (PT), el Partido Comunista de Brasil y el Partido Verde, a ser la segunda minoría con 79 legisladores. Cabe aclarar que el número de diputados que responde a esta alianza puede acrecentarse hasta 138 si se agregan los representantes de los partidos PSB, PSOL, Rede y PDT en un interbloque de carácter progresista, considerándose así como primera minoría.
En este marco, la polarización en la Cámara de Diputados hará que el denominado “Centrão”, o fuerzas que no responden a los extremos, sean claves para las negociaciones legislativas. Este bloque está conformado por seis partidos de centro con un total de 273 diputados. En muchas ocasiones ha sido aliado del oficialismo logrando entre ambos bloques más de quinientos legisladores. No obstante, quien resulte electo, deberá negociar con la mayoría de bloques para lograr acuerdos necesarios e impulsar iniciativas.
Por su parte, en la Cámara de Senadores, el Partido Liberal de Bolsonaro consiguió catorce escaños y el PT solo ocho, quedando la composición con 52 bancas para el Centrão, 14 que responden al oficialismo y 13 para el PT y aliados.
En consecuencia de esta consolidación de la derecha brasilera, habrá figuras importantes de la política local. Entre ellas, el actual vicepresidente, Hamilton Mourão, defensor de la dictadura y de métodos de tortura, electo Senador por amplio margen en el estado de Río Grande Do Sul, o el ex juez Sergio Moro, quien fuera el carcelero de Lula en el caso del Lava Jato, quien logró una banca por el Estado de Paraná. Asimismo, exministros bolsonaritas también accedieron a cargos legislativos, como Marco Pontes, Damares Silva, Tereza Cristina o Damara Alves (ex ministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos), hacedora de un discurso ultraconservador y respaldada por las iglesias evangélicas.
En los estados más populosos de Brasil, aliados y candidatos del presidente Bolsonaro lograron imponerse con cierta comodidad, así como en Río de Janeiro o Minas Gerais los gobernadores bolsonaristas ganaron en primera vuelta. En Estados como Sao Paulo, donde habrá segunda vuelta, la sorpresa la dio Tarcísio Freitas, ex ministro de Industria de Bolsonaro, que le sacó casi nueve puntos a Fernando Haddad del PT. La apuesta del PT es que Haddad revierta la elección en el segundo turno, lo que sería una victoria histórica en un distrito donde el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) ha gobernado en los últimos 30 años. Otro de los estados donde deberá definirse en segunda vuelta es Bahía, el cuarto estado más habitado, en donde ganó el PT.
Estos resultados de la primera vuelta electoral muestran que el fenómeno Bolsonaro ha obtenido una muy buena elección, con todas las críticas internas y externas que ha tenido durante todo su mandato. Pero a su vez, este fenómeno representa una situación que se está repitiendo en muchos lugares del mundo, con fuerzas políticas abiertamente de extrema derecha y de tinte fascistas, como se pudo ver en Italia con la victoria de Giorgia Meloni, en Suecia, Vox (en España), o la consolidación de la figura de Trump en Estados Unidos, que se perfila para competir nuevamente en las siguientes elecciones presidenciales de ese país.
Lula Da Silva ha tenido que lidiar con el odio de clase durante sus dos periodos de gobierno 2003-2011, incluso cuando logró sacar de la pobreza a millones de brasileños y posicionar al país como la sexta economía mundial. Sabe que la tarea no es fácil y deberá enfocarse en vencer en la segunda vuelta ante un escenario complicado. Por su parte, Bolsonaro concretó medidas tildadas de “populistas” previa a la elección, como el aumento de los planes sociales hasta el mes de diciembre o bajar el precio de la nafta en casi la mitad. Asimismo, desafió a Bolsonaro a un debate “cara a cara” para que el actual presidente enfrente a la ciudadanía: “si Bolsonaro seguirá contando mentiras o le dirá una vez la verdad al pueblo brasileño”, para terminar con un “vamos a ganar estas elecciones”.
Lula deberá ampliar las bases de apoyo aún más allá de Geraldo Alckmin, de orientación de centro derecha y del establishment empresario paulista y representante del PSDB, del expresidente Fernando Enrique Cardoso, histórico rival político y ahora candidato a vicepresidente del PT.
Pasó la primera vuelta en Brasil, y las certezas que se pueden obtener es, por un lado, la falla sistemática de las encuestadoras que, una vez más, fracasaron, y por el otro, la profunda polarización que se vive en Brasil, que se expresó en las urnas, pero también en las calles con ataques especialmente a simpatizantes petistas, dejando el triste saldo de varios muertos.
Esta grieta se puede acrecentar aún más de cara al 30 de octubre y que quien gane deberá hacerlo en un fuerte clima de cansancio social, representado por el mayor abstencionismo en 24 años, donde el 21% del padrón electoral no concurrió a las urnas. A su vez, el próximo Presidente, va a enfrentar un enorme desafío en un país donde se calcula que 33 millones de personas sufren hambre.
Por eso, las elecciones demostraron dos circunstancias que han ocurrido al mismo tiempo y que parecen contradictorias: primero, la sorpresa de el anhelo “ForaBolsonaro”, por ahora sólo quedará en una expresión de deseo, ya que aun perdiendo el 30 de octubre, Jair Bolsonaro se erigirá como una figura que aglutina a la derecha local y latinoamericana.
Segundo, la confirmación de que las fuerzas progresistas siguen efectivas. Tales así es la elección de Guillerme Boulos, quien sacó más de un millón de votos en San Pablo ingresando al Congreso. También la de dos mujeres trans que por primera vez ingresarán como diputadas federales y, además, la certeza de la vigencia de la figura de Lula, quien quedó a las puertas de lograr su tercera presidencia para lograr posicionar a Brasil nuevamente en el escenario internacional y recuperar la felicidad en el pueblo brasileño.
La elección en Brasil se ha erigido en el retrato de un país fraccionado, anclado en los privilegios históricos de una clase gobernante y elitista propia de un país del siglo pasado y cuyos votos se han concentrado en la figura de Bolsonaro. Pero también de una nación que intenta mirar hacia el futuro, para lograr un país más justo, solidario, inclusivo, con visión de género y con perspectiva de integración internacional. Bajo la figura de Lula, quien a los 77 años está activo, confiado y vigente para volver a ser presidente.
No obstante, Lula también deberá pensar a futuro, para continuar el proyecto progresista latinoamericano porque la derecha ya ha echado raíces no sólo en Brasil, sino en toda la región.