El 8 de septiembre de 2022 puede convertirse en una fecha histórica por la muerte de Isabel II en su castillo de Balmoral, al norte de Escocia. Y no sólo porque se acabó el reinado más largo en la historia del Reino Unido, con setenta años en el poder (1952-2022), sino porque podría ser el comienzo de un efecto dominó tanto para la monarquía británica como para las restantes nueve que subsisten en territorio europeo occidental y que aún mantienen ese régimen político: España, Luxemburgo, Suecia, Bélgica, Países Bajos, Noruega, Dinamarca, Mónaco y Liechtenstein.
El largo reinado de Isabel II ha tenido una importancia histórica y política durante el siglo pasado y los primeros 22 años del siglo XXI. Su llegada al poder fue inesperada, debido a la muerte repentina de su padre, el rey Jorge VI, en febrero de 1952. La coronación se produjo el 2 de junio de 1953, 14 meses después de ascender al trono. En tiempos de la Segunda Guerra Mundial, ganó popularidad por su carisma y empatía con la sociedad inglesa, que sufría los bombardeos alemanes. Su muerte coincide con un momento en que el Reino Unido está pasando por una crisis política y social, producto de circunstancias internas y externas.
Pocos días antes del fallecimiento de la reina, Liz Truss asumió como primera ministra en reemplazo de Boris Johnson, quien debió dejar el cargo rodeado de múltiples escándalos de corrupción y acusaciones de mal desempeño. Truss, de 47 años, se define como liberal y representante de la extrema derecha. Siendo Ministra de Relaciones Exteriores en la gestión de Johnson, ha dejado mucho que desear con sus conocimientos geográficos.
Por otro lado, la continuidad del conflicto entre Ucrania y Rusia amenaza a toda Europa con enfrentarse a un invierno que podría ser de los más crueles que se recuerden desde la Segunda Guerra Mundial, ante la posibilidad de la falta de gas y electricidad, además de la creciente inflación y el desempleo en toda la zona, que ha llevado a grandes protestas y paros de trabajadores en todo el continente. Como si todo esto fuera poco, Truss ha prometido que en 2023, Reino Unido proporcionará unos 2.000.000 de dólares destinados a ayuda militar a Ucrania.
La muerte de Isabel II también tendrá repercusión política internacional en el mediano y en largo plazo, especialmente en los países que aún se mantienen fieles a la corona británica y que forman parte de la Commonwealth.
Commonwealth es la comunidad de naciones que tienen al monarca del Reino Unido como Jefe de Estado y está conformado por 56 naciones con vínculos históricos y lingüísticos. Entre ellos, además de Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte, se encuentran Australia, Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea, Islas Salomón y Tuvalu, en Oceanía. Canadá en Norte América y Jamaica, Bahamas, Belice, Granada, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Antigua y Barbuda y San Cristóbal y Nieves en el Caribe, entre otros. También hay que sumar a las colonias conocidas como “territorios británicos de ultramar”: Anguila, Bermudas, Islas Vírgenes Británicas, Islas Caimán, Montserrat o las Turcas y Caicos, incluyendo también nuestras Islas Malvinas.
Isabel II y sus herederos forman parte de la familia Windsor, que en realidad provienen de la casa de Sajonia en Alemania, por lo que en realidad no tienen origen británico. Durante todo el reinado han estallado numerosos escándalos que salpicaron la imagen de la monarquía, como el misterio alrededor de la muerte de Lady Di, el romance de Carlos con su amante, Camila Parker-Bowles -ahora reina consorte-, el racismo hacia Meghan, esposa de Harry, quien alguna vez fue fotografiado con uniformes nazis. Uno de los últimos fue la filtración de los Paradise Papers, donde la reina aparecía como una de las jefas de Estado que escondían su dinero en guaridas fiscales para evadir impuestos.
Todo el malestar que pueden generar estos escándalos probablemente se acentúen con la figura de Carlos III, quien durante toda su vida vivió a la sombra de su madre y que, en términos políticos y simbólicos, no está a la altura de ella. Su figura siempre tuvo baja aceptación, sobre todo después de su separación con la Princesa Diana, luego de serle infiel con la actual reina consorte. Asume con apenas un 40% de popularidad y en sus primeros pasos como rey, a sus 73 años, ha demostrado su incompetencia y malestar por ese rol. A sólo cinco días de su proclamación, decidió tomarse un día libre, agobiado por las nuevas tareas que debe realizar.
Los conflictos hacia el interior del Reino Unido pueden acrecentarse, especialmente en Escocia e Irlanda del Norte, donde los movimientos independentistas probablemente cobren mayor vigor. En Escocia ya se anunció un nuevo plebiscito, luego del fallido de 2014, para lograr la independencia de la corona británica que se realizará en octubre de 2023. El panorama ahora ha cambiado porque el Reino Unido ya no pertenece a la Unión Europea, a lo que se suma la desaparición de la figura de Isabel II. No es descabellado pensar que los escoceses decidan irse del Reino Unido, cuya monarquía los ha sojuzgado desde el siglo XVII, para poder volver a la Unión Europea.
Por otra parte, el nuevo partido político que llegó al poder en Irlanda del Norte, Sinn Fein -antiguo brazo político del IRA-, ha anunciado que para antes del 2030 podrían realizar un plebiscito para reunificarse con la República de Irlanda y dejar de ser súbditos de los ingleses. Todo este panorama convulsionado podría hacer que se despierten aún más los sentimientos secesionistas en Gales.
En el exterior, una figura que tiene poca popularidad como Carlos III puede que haga que muchos de los países que conforman la o Commonwealth sigan el camino que inició Barbados en 2021, cuando se declaró república y dejó de rendirle obediencia a la corona británica. Su nueva presidenta, Sandra Manson, declaró en el acto formal que “esta es la última vez que oficialmente está aquí un representante de la monarquía que nos oprimió tanto tiempo”.
En los últimos días se conoció que Antigua y Barbuda, un archipiélago caribeño, ya está analizando seguir los pasos de Barbados, aprovechando la confusión por el cambio de reinado en Inglaterra. Gaston Browne, su primer ministro, anunció la intención de realizar un referendo en los próximos años para hacer una transición hacia un sistema puramente republicano. En Jamaica, el primer ministro Andrew Holness ya había manifestado la intención de lanzar un referéndum con igual objetivo en momentos de la visita oficial a ese país por parte del príncipe William.
Asimismo, la Primera Ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardem, ha declarado en algunas oportunidades que la isla debe convertirse en república y que trabajaría para ello. Finalmente, Australia, por intermedio del primer ministro Anthony Albanese, planea lo mismo para convertir a ese estado en una república en los próximos años. Es por ello que uno de los grandes desafíos que se esperan para los próximos años es el comienzo de una marea republicana que puede extenderse hacia toda la Comunidad de Naciones.
Todo ello puede llevar a que esa cohesión que lograba Isabel II se desmorone hacia el interior de Inglaterra, teniendo en cuenta la difícil situación económica y social que se está viviendo en ese país, con una inflación que es la más alta de las últimas cuatro décadas, el desempleo que cada vez es mayor y los excesivos gastos que la corona le cuesta a todo el pueblo, no sólo el inglés, sino también a todas las naciones que le tienen obediencia.
La familia real posee propiedades en toda Inglaterra y emplea a miles de personas. A su vez, sus fastuosas recepciones a embajadores y dirigentes de otros países, más los viajes y compromisos oficiales, son todos financiados por el erario público. Esos viajes aumentaron con el fin del confinamiento de la pandemia, y en el ejercicio 2021-2022 los costos se elevaron a cinco millones de dólares. Sólo la gira por el Caribe del príncipe William y su esposa tuvo un valor de unos 260 mil dólares. A su vez, el mantenimiento de todos los palacios reales también cuesta millones de dólares al año. Además, el monarca recibe del gobierno británico un pago anual financiado por los contribuyentes, llamado Subvención Soberana, que sirve para cubrir el costo de los deberes oficiales de la monarquía y que durante 2021 fue de casi 100 millones de dólares.
Toda esta situación ha llevado en las últimas semanas a una serie de huelgas de trabajadores por el descontento cada vez mayor por las condiciones laborales, el aumento de los precios y de la energía de más de un 80%. Las huelgas que han estallado, entre otras, han sido las de unos 2000 trabajadores del puerto de Felixstowe, el mayor de toda Inglaterra y esencial para el comercio inglés, mientras que en Edimburgo los protagonistas fueron trabajadores de limpieza y recolectores de residuos. También ha habido huelgas de empleados de correos del Post Office, de conductores de autobuses, del subterráneo y de ferroviarios de Londres, de trabajadores de la salud y de escuelas.
A su vez, ese sentimiento antimonárquico puede tener un efecto cascada en el resto de las que aún existen en Europa, especialmente en España, donde está mucho más cuestionada y degradada en la opinión pública con una institución que no tiene razón de ser en los tiempos que corren. La monarquía es una de las primeras formas de gobierno y su fundamentación está en la creencia de que el monarca es una persona elegida por los dioses. Si bien algunas monarquías subsisten, solo tienen un carácter simbólico, ya que actualmente no son absolutas sino que se consideran constitucionales, porque están reguladas por las normas constitucionales de cada país.
Los monarcas constitucionales son jefes de estado, ejercen su representación en el exterior, son comandantes de las fuerzas armadas, promulgan las leyes, ungen a los primeros ministros, entre otros actos de carácter político. Su existencia actualmente sólo se fundamenta en lograr una unidad e identidad nacionales, es decir que es un símbolo de unidad que une al país en momentos de dolor y también de alegría.
Al momento del entierro de Isabel II en el Westminster Hall, sobre su ataúd se encontraba la Corona del Estado Imperial: una de las joyas de la Corona Británica más famosas que simboliza su riqueza y poder que esta monarquía adquirió a lo largo de los últimos siglos en base al saqueo sistemático de sus colonias. Isabel II fue la última reina colonial, en cuyo nombre se llevaron a cabo actos de violaciones de derechos incluso después del final formal del colonialismo, cuando el imperialismo británico se reconfiguró bajo el manto del estatus de “estados libres asociados”. Sin ir más lejos, lo encontramos en nuestras Islas Malvinas.
En la corona también se encuentra incrustado el diamante de 105 quilates llamado Koh-i-noor (montaña de luz). India le reclama al Reino Unido su devolución al ser arrebatado por “el imperio saqueador”, ya que obligaron a entregarlo a la Reina de Inglaterra en 1849 como parte del Tratado de Lahore que puso fin a la guerra de conquista del Reino Unido sobre el territorio que hoy es la India.
La monarquía británica se erige en un poder que no es electo, en una institución que no es compatible con la sociedad actual y su existencia se explica por las riquezas derivadas del saqueo de recursos naturales de sus colonias en África, Asia y Améric, cuyos artefactos y joyas robadas adornan las paredes del Palacio de Buckingham y los diferentes museos británicos. Si bien ha habido hechos simbólicos para lavar la imagen colonial, como en 1995, cuando Isabel II firmó una disculpa a los maoríes de Nueva Zelanda por las atrocidades y el robo de tierras cometidos en nombre de su antepasada, la reina Victoria, no hizo lo mismo por los actos de genocidio realizados en Kenia por la rebelión de Mau Mau donde aplicaron métodos criticados al régimen nazi como campos de concentración, ni por lo acontecido también en Nigeria o la represión en Irlanda del Norte, entre tantos otros actos cometidos bajo su gobierno.
El reinado de Isabel II vio la independencia de los países africanos, desde Ghana hasta Zimbabue, junto a las de naciones del Caribe y de la Península Arábiga. Su legado colonial se vio reflejado en el hecho de que su muerte produjo pocos signos de interés en Oriente Medio, donde muchos todavía responsabilizan a Gran Bretaña por las acciones coloniales que dibujaron las fronteras de la región y sentaron las bases de sus conflictos modernos. El pueblo de estos países ven en ella el símbolo del colonialismo y racismo que los ha azotado.
En la última gira del príncipe William por el Caribe, los gestos de racismo, como saludar a niños locales con una reja de por medio, fueron tomados como una ofensa. Aunque el príncipe manifestó que lamentaba la esclavitud y que esa era una mancha en la historia del Reino Unido, no ha existido una disculpa formal ni un intento de reparación económica.
Por ello, la cohesión, la reverencia y el respeto que Isabel II tenía entre la gran mayoría de los británicos será bastante difícil de sostener por sus sucesores con el rey Carlos III a la cabeza. La sociedad británica ha cambiado y los sentimientos actuales son incompatibles con la existencia de una monarquía. Las encuestas muestras que los jóvenes británicos en su inmensa mayoría sostienen no querer que la institución monárquica continúe. Sobre todo en tiempos de la peor crisis del costo de vida de las últimas décadas, con precios exorbitantes de la energía, con miles de personas sin hogar y que dependen de la ayuda social para alimentarse. Muchos manifestantes criticaron los actos funerarios afirmando que “mientras luchamos para calentar nuestros hogares, tenemos que pagar su desfile. […] 100 millones de libras esterlinas y ¿para qué?”.
Las largas filas de personas que quisieron visitar dar un último adiós a la reina puede ser indicativo de un poder de adoctrinamiento que la institución monárquica aún tiene sobre la población británica, pero las nuevas generaciones tienen un sentimiento de indiferencia y de rechazo, en miras a las profundas desigualdades que simboliza la realeza.
Isabel II tuvo la inteligencia de lograr que la monarquía ayude a mantener y fortalecer la unidad nacional británica, siendo una reina que trataba de demostrarse cercana a sus súbditos y enviando mensajes con su figura, como cuando en 1961 bailó a la par del primer presidente de la recientemente independizada Ghana, Kwame Nkrumah, mostrando a los ingleses que los tiempos habían cambiado y que los ghaneses eran soberanos. O cuando en 2011 visitó Irlanda, siendo la primera vez en 90 años que un monarca pisaba suelo irlandés desde la independencia.
Sin dudas, Carlos III tendrá un reinado difícil. Debe reemplazar a la figura de Isabel II, además de sacarse el lastre de haber siempre vivido a la sombra de otras personas, ya sea de Diana o de su propia madre. A su vez, representa una institución que, si bien es romantizada, se presenta como obsoleta y que está siendo jaqueado por las ideas independistas de muchas naciones, en especial de Escocia.
El destino de los reyes y de las monarquías es irremediable: más temprano que tarde, desaparecerán. Por lo cual, cabe preguntarse: muerta la reina, ¿viva el rey?