Un viernes cualquiera, antes de terminar una semana infernal, me llama un amigo: “che, vos sabés que la Juli, mi hermana más chica, se va a vivir a Europa, se va en abril”. El miércoles pasado participo de una reunión de la JP Evita (Juventud Peronista), rodeado del General, Evita montonera y el abrazo de Néstor y Cristina, y uno de los pibes me dice: “si yo pudiera me iría a la mierda del país, no sé, no pinta acá, mucho bardo”. Inundan noticias de cercanos, de periféricos -y siempre al ruego de preservar a los íntimos- que deciden invertir sus mil doscientos dólares ahorrados en un aéreo a otro continente. Otros deciden creer en Milei y la libertad avanza. Algunos otros seguimos insistiendo en forzar la cosa. ¿Qué rol está cumpliendo hoy la política? ¿Qué potencia tienen los proyectos políticos populares en enfrentar el dispositivo neoliberal? Una advertencia al lector deprimido: esta es una nota de malas noticias, pesimista, crítica, enojada pero, siempre, con un resquicio de esperanzas.
No es cierto que todos los jóvenes quieren irse del país, ni tampoco que la gran mayoría esté embelesada con las ideas libertarias. Pero sí es cierto que la juventud como un sujeto activo en la transformación de la realidad, la juventud como un sujeto colectivo, desde el año 2019 a la fecha viene en un proceso decadente. No por los jóvenes, sino por la política que no sabe muy bien qué ofrecerles. No nos interesa hablar de la juventud, simplemente es una excusa para tomar dimensión de la radicalidad de la crisis de la política en su faz más ontológica. La política hoy no propone horizontes de posibilidad en donde la vida sea un poquito mejor. La política hoy no está cumpliendo su principal función que es ordenar -sí, orden (en minúscula)- la vida de la comunidad, los discursos que la producen y las identidades sociales en un sentido específico. La política no ordena. Y si no ordena la política, ¿quién lo hace?
La impotencia de los nuevos gobiernos populares nos conduce a laberintos bien enrevesados. Vencieron electoralmente a las derechas emergentes en varios países de la región pero, a la hora de re-crear la sociedad, es decir, de imponer un determinado orden desechando otros órdenes posibles -esto, y no otra cosa, es la hegemonía-, todos los gobiernos progresistas de Latinoamérica muestran serios problemas. ¿Debilidades internas de los gobiernos o de las coaliciones? ¿Avance feroz de la racionalidad neoliberal? Ambas hipótesis no son excluyentes y, creemos, combinadas pueden destruir cualquier resorte comunitario y colectivo. En esa estamos, dirían los más jóvenes.
Las debilidades internas responden a una multiplicidad de factores: disputas de poder, falta de ingeniería política, ausencia de calidad institucional, modos de ejercer el gobierno, entre otras. Sin embargo, hay una razón que se nos presenta más determinante y está vinculada a la ontología misma de la política. El basamento de un proyecto político exclusivamente en el diálogo y el consenso obtura la disrupción política y reifica las relaciones de poder. La famosa “correlación de fuerzas” no está dada de antemano, no es un a priori, se construye y se genera a partir de decisiones políticas que operan sobre determinadas exclusiones. Operación básica de la política -y también del sujeto y de la vida, para que nadie se horrorice-: afirmar un determinado orden de cosas presupone excluir otros y esa exclusión, sin lugar a dudas, afecta intereses y es conflictiva. Con mucha presión teórica: es necesario gritarles, aturdirlos y abrumarlos a los sectores de poder y del privilegio que ellos no son el orden legítimo, que ellos son los deseables excluidos. Gritarles, exponerlos y también afectarlos, tomar decisiones que cuestionen sus privilegios. Si no, todo es pura cháchara.
Pero entonces, ¿qué contenido específico podría tener este orden propuesto? Quiero ser muy preciso al respecto. Hay tres movimientos en Argentina -y en varios países de la región también- que hoy representan aquello heterogéneo, aquello que desborda, rebasa y excede las vías institucionales para demandar y reclamar. Hay tres agendas heterogéneas que requieren de la articulación política, de un discurso articulador, porque si no son arrancadas y tomadas por el dispositivo neoliberal y, entonces, son liberalizadas, individualizadas y aisladas. En definitiva, hay tres sujetos políticos que hoy expresan las demandas populares y requieren de un discurso que las pueda articular en un mismo proyecto: los trabajadores y trabajadoras de la economía popular, el ambientalismo y los feminismos -mujeres, disidencias y diversidades corporales-. Una comunidad mestiza y morocha, mujer, trans, lesbiana y marica, y que trate lo no-humano sin jerarquizar lo humano.
¿Qué política para qué tiempo? Si bien el kirchnerismo es el discurso disponible que se encuentra en mejores condiciones para semejante cometido, ha perdido la potencia y la radicalidad necesarias. Porque la gubernamentalidad neoliberal permea en todos los ámbitos de la vida social y también a dicho proyecto político. Esto es simple: no tiene el mismo status un discurso como el kirchnerista o el peronista, o el macrista si quisiéramos, que el neoliberal. Como sostiene Wendy Brown, al ser comprendida la racionalidad neoliberal como una pauta que guía la conducta de los sujetos, de las organizaciones sociales, de las instituciones, de los Estados e inclusive de los proyectos políticos emancipadores, opera en un nivel capilar, por más buenas intenciones que haya.
El capitalismo de los siglos XIX y XX producía y reproducía la vida, necesitaba cuerpos dóciles para extraer al máximo su energía y capacidad productiva, tal como nos indicó Michel Foucault. De “hacer vivir, dejar morir” a “pagar (la deuda) para vivir”, Maurizio Lazzarato dixit, el capitalismo bajo la cobertura neoliberal se convirtió en una maquinaria global dispuesta al sometimiento de la conducta en todos los ámbitos sociales y comunitarios. Entonces, todos vivimos para expiar nuestras deudas: los Estados, los gobiernos, los sujetos. El discurso kirchnerista sigue diferenciando, ingenua o cínicamente, entre el capital productivo y el capital financiero, como si bajo la racionalidad neoliberal fuera posible esa distinción. Al decir del italiano: “El capitalismo, al mismo tiempo que produce riqueza, produce necesariamente pobreza y miseria. Necesariamente, porque no apunta, en realidad, a la producción de riqueza, sino de valor, un valor que se valorice, una ganancia que produzca otras ganancias y, así, al infinito. Esto implica que el crecimiento es una solución perversa a la cuestión social y al problema de la justicia, porque es a la vez producción y destrucción”.
Un discurso que pretenda construir un proyecto de orden, articulando las tres agendas heterogéneas que mencionamos antes, no puede seguir sosteniendo la extensión indefinida del capitalismo productivo y el crecimiento infinito del PBI, simplemente porque ese mundo ya no existe más o nunca existió. El neoliberalismo, como lo anticipó Nietzsche, “crea un animal que pueda prometer”, es decir: crea un sujeto, o como queramos llamarle, que puede disponer de su futuro por anticipado. Básicamente, el neoliberalismo es el gobierno del futuro, es el gobierno del horizonte de posibilidades, es el gobierno, y la clausura al mismo tiempo, de otras comunidades posibles.
No todo es negro. Tampoco rosa ni gris. Las luces se ralentizaron, ingresan a cuentagotas, pero fuerzan la oscuridad para revelar otros horizontes posibles. Las luces, o reflectores que encandilan a muchos/as, hoy son encendidas por los movimientos sociales[1] que impugnan el sistema en cuanto a tal, que muestran su fragilidad y gritan sus injusticias. Las luces imprecan el lugar del poder. Aquellos elementos heterogéneos al sistema de diferencias, o a la representación política, que no pueden ser simplemente representados ya que deben ser expresados de otra forma, bajo otro régimen de legitimidad, porque la democracia liberal también está agotada. Sin embargo, como ya dijimos, con estos elementos heterogéneos no es suficiente como Ernesto Laclau nos enseñó. Deberá emerger un discurso articulador de todas esas heterogeneidades, un discurso radical, regional o trasnacional que enlace esas diferencias para otorgarles más potencia. En definitiva, un discurso que tenga la agalla necesaria para construir un pueblo lo suficientemente poderoso y ser la base de sustentación en contra de este neoliberalismo infinito. ¿El discurso kirchnerista estará en condiciones de semejante cometido? ¿No habrá que hacer surgir otro discurso que cabalgue sobre el kirchnerista? En esa encrucijada seguimos, ya desde hace algunos años.
[1] Dentro de ellos no sólo están la economía popular, el ambientalismo y los feminismos. También hacemos referencia al movimiento de derechos humanos y a cierta parte del movimiento obrero organizado, entre otros posibles. La condición, repetimos: impugnar el sistema en cuanto a tal.