Qatar está viviendo las semanas de mayor exposición de su historia, con la organización de la Copa Mundial de la FIFA. Este mega evento deportivo, con su consecuente visibilidad, ha sido un paso más en la tentativa del país arábigo de proyectarse globalmente y posicionarse en el escenario internacional como una potencia geopolítica.
Qatar tiene una superficie bastante pequeña, similar a la provincia de Tucumán, en donde habitan alrededor de tres millones de personas. Desde lo geográfico se trata de una península cuya única frontera terrestre la comparte con Arabia Saudita, rival histórico de Qatar, razón por la que su creciente nivel de exposición internacional se explica en el propósito de no dejar al país restringido a la esfera de influencia saudita.
El actual emir, Tamim bin Hamad al-Thani, ejerce el poder desde 2013, tras suceder a su padre, Hamad bin Khalifa, quien comandó el país desde 1995 luego de darle un golpe de Estado a su propio padre. El régimen político qatarí se trata de una monarquía absolutista en la cual el emir concentra todo el poder del Estado.
Este país tiene aceitados vínculos con la OTAN y diversas potencias occidentales. Alberga la mayor base militar norteamericana en el mundo, ya que tiene una importante posición estratégica en el Golfo Pérsico, frente a las costas de Irán. También Turquía tiene una base militar en este país. Pero como contrapartida, y en un juego de ajedrez, el gobierno qatarí tiene buenas relaciones con el régimen iraní y también con grupos fundamentalistas como la Hermandad Musulmana y los Talibán, que hasta tienen una representación diplomática en Doha, lo que ha llevado a sus vecinos árabes a acusar al emir de Qatar de apoyar extremistas.
La potencia regional del golfo es Arabia Saudita que, a través del Consejo de Cooperación del Golfo (organización económica arábiga), intenta una relación de tutelaje sobre los países de esa región. En ese sentido, las políticas emanadas desde Riad (capital saudí), más Emiratos Árabes Unidos y Bahréin han sido convergentes, mientras que Qatar se aleja de esa posición a tal punto que ha sufrido diversos roces diplomáticos con ellos. La posición qatarí (de apoyo a Estados Unidos por un lado, y por el otro de acercamiento a gobiernos como el iraní), se considera estratégica para Washington, que utiliza el país como puente para el diálogo con grupos rivales y la discusión de temas sensibles en la región.
El vínculo con Arabia Saudita tiene permanentes vaivenes. Hubo un acercamiento en 2015 cuando Doha se sumó a la alianza para reforzar la coalición militar liderada por los países arábigos contra Yemen. El objetivo fue evitar el avance del grupo rebelde apoyado por Irán que participó del derrocamiento del gobierno yemení. En junio de 2017, sin embargo, la relación volvió a resquebrajarse cuando los qataríes fueron expulsados de la alianza. El emir de Qatar, Al-Thani, fue acusado de hacer declaraciones en apoyo de los grupos terroristas, a pesar de que las autoridades lo negaran. Se afirmó que desde Riad tomaron como ciertas noticias falsas publicadas en Al Jazeera, la agencia estatal del país y la de mayor audiencia en el mundo árabe.
La ruptura en ese momento fue seguida por otros países árabes, como Bahréin, Emiratos Árabes Unidos y Egipto, en un intento de aislar política, económica y socialmente a Qatar. Entre las medidas hubo cierre de las fronteras, expulsión de nacionales qataríes y prohibición de sobrevolar el espacio aéreo a Qatar Airways. No obstante, los efectos de los embargos fueron sorteados por Doha en base a las relaciones que tenía construidas con otras potencias de la región, como Turquía e Irán, quienes le proveyeron suministros y posibilidad de apertura a sus naciones.
Cuando se comprobó que la tentativa de aislar a Qatar no tuvo el efecto deseado, las sanciones fueron suspendidas y se retomaron las relaciones entre los países. La reapertura se logró por la mediación de Donald Trump, en ese momento presidente de Estados Unidos, en su intento de aproximar a los países árabes con Israel y, de esa forma, aislar a Irán.
Desde lo simbólico, el acto de restablecimiento de las relaciones entre Arabia y Qatar se realizó a principios de 2021, luego de tres años reabrieron su frontera terrestre. El anuncio del fin de la crisis se dio en una cumbre en Al Ula, Arabia Saudita, cuando el mediador de la crisis del Golfo, Kuwait, anunció que el reino saudita aceptó poner fin a los bloqueos, procediendo a abrir el paso fronterizo en Abu Samrah a 120 kms al sur de Doha y permitir nuevamente los vuelos de Qatar Airways sobre territorio saudí. La reafirmación de la cercanía se consolidó en esta Copa Mundial, cuando luego de la histórica victoria de Arabia Saudita sobre Argentina, el emir se colocó una bandera saudita en el hombro.
Como se observa, las relaciones exteriores de Qatar son complejas, habida cuenta de sus poderosos vecinos, más la notable presencia militar norteamericana. Desde la política interna, la relativa estabilidad se logra a costa de una monarquía hereditaria y absoluta, con fuertes restricciones a la actividad democrática, ya que está prohibida la participación ciudadana mediante partidos políticos y aún más la sindicalización. Organismos internacionales han denunciado sistemáticamente la falta de libertades fundamentales y la supresión de libertades civiles, especialmente para las mujeres y los grupos LGBTIQ+, siendo Qatar uno de los sesenta y siete países alrededor del mundo donde las prácticas y los actos entre personas del mismo sexo son penadas con prisión y hasta puede llegar a decretarse la pena de muerte. Las demostraciones de afecto e incluso simplemente llevar los colores de la diversidad, han sido censuradas por las autoridades locales durante toda la Copa Mundial.
El poder interno de Qatar se demostró también en relación a la misma FIFA, logrando torcerle el brazo al prohibir la venta de bebidas alcohólicas durante los partidos, perjudicando a uno de los principales patrocinadores de la organización, como es Budweiser. La justificación qatarí fue que la ley islámica, la sharía, no permite la venta de alcohol por considerarla una práctica impura para su religión. A esto se le suma la polémica por el fallecimiento de trabajadores migrantes, que llegan para las continuas obras que se realizan en el país, debido a su fuerte poder económico derivado del petróleo y las reservas de gas. Organismos como Amnistía Internacional o Human Right Watch han denunciado a la comunidad internacional la precariedad en el ámbito laboral, exceso de horas de trabajo en medio de altas temperaturas, hacinamiento, falta de higiene en sus lugares de residencia, confiscación de pasaportes y la falta de pago en los salarios prometidos. Se han reportado unos 6.500 muertos en las obras de infraestructura. Por las presiones de instituciones internacionales y de la propia FIFA, el gobierno de Qatar se comprometió con la OIT en 2017 a dar “cumplimiento a los convenios internacionales del trabajo ratificados” y así, recién en 2020, se introdujo por primera vez un salario mínimo para todos los trabajadores por primera vez en ese país.
Otro de los compromisos fue el de derogar una práctica común en los países arábigos como es el sistema denominado “kafala”, considerado una forma de esclavitud laboral moderna, que consiste en la prohibición a los trabajadores migrantes de abandonar sus trabajos y salir del país sin el consentimiento de sus empleadores. Como parte del compromiso con la OIT, en enero de 2020, Qatar adoptó una nueva decisión por la que se eliminó la exigencia de visado de salida para los trabajadores o la posibilidad de cambio de empleador. No obstante, pese a los avances, algunas organizaciones continúan denunciando la falta de derechos laborales.
Desde el punto de vista económico, el descubrimiento de uno de los yacimientos de gas más importantes del planeta, ha erigido a los países de la península del Golfo Pérsico entre los de mayor renta per cápita en el mundo, pero como contrapartida existe una gran desigualdad, ya que el 10% de la población concentra más del 50% de los ingresos, mientras que el 50% más pobre apenas el 13%. A su vez, es el mayor exportador de gas licuado del mundo y eso le permite el uso de la diplomacia económica, recurriendo a la firma de contratos de gas y a efectuar importantes inversiones para consolidar su política exterior.
Qatar ha aumentado las inversiones en la producción de gas natural licuado en los últimos años, así puede condensar el producto y transportarlo en navíos, eliminando la necesidad de los gasoductos. Tras el comienzo de la guerra en Ucrania, la posición qatarí como proveedora de gas mejoró notablemente. Además, firmó con China un acuerdo para llevar gas al gigante asiático por el término de 27 años, consolidando aún más su inserción internacional como potencia energética.
Ese gran poderío económico ha hecho que Qatar invierta en diversos rubros a nivel mundial, a través de Qatar Investment Authority Group, no sólo en equipos de fútbol europeos (como el PSG francés de Messi), sino también en empresas como Universal Music Group, Volkswagen, Siemens, Shell, Total, Telecom Francia o Porsche; marcas famosas (Louis Vuitton, la tienda Harrods en Londres o Tiffany en Nueva York), hoteles de lujo (como el Hotel Ritz de París) y un largo etcétera. Qatar destina recursos para infraestructura e inversiones alrededor del mundo. También en Estados Unidos, el fondo soberano del país invirtió más de treinta mil millones de dólares en sectores inmobiliarios y de infraestructura. Incluso aquí en Argentina el emir tiene inversiones en Vaca Muerta (en asociación con Exxon Mobile) y es dueño de más de veinte mil hectáreas en la Patagonia como también del Centro de Esquí Baguales, en sociedad con el extenista Gastón Gaudio.
En definitiva, Qatar a pesar de su pequeño territorio y escasa población, ha iniciado un proceso de inserción internacional no sólo desde el punto de vista político y, especialmente económico, sino también desde el plano cultural. La realización de la Copa Mundial de Fútbol logrando de esta forma la mayor proyección en el ámbito global de su historia y pretendiendo en un futuro no muy lejano albergar alguna edición de los Juegos Olímpicos. No obstante, el nivel de exposición puede significar también un arma de doble filo para un Estado que no garantiza libertades fundamentales al interior del mismo, con la consiguiente crítica y posibilidades de boicot por parte de la sociedad civil internacional.