El 6 de abril de 1994 el avión que trasladaba al Presidente de Ruanda es derribado en su vuelta desde Tanzania hacia la capital ruandesa, Kigali. Fue el hecho que desató el genocidio de Ruanda, que por sus características y consecuencias se convirtió en el más letal en la historia de la humanidad. Se calcula que sólo en el lapso de tres meses, más de un millón de personas fueron asesinadas con una población total en ese momento de aproximadamente siete millones de habitantes, es decir, unos diez mil muertos por día.
Las historias, las imágenes y los relatos de esos eventos son de una magnitud escalofriante. Fue un caos total todo un país: gente matándose en la calle con machetes, armas de fuego, armas caseras y blancas, luchas entre vecinos unos contra otros, pacientes matando a sus médicos, docentes a sus estudiantes. Siendo toda una muestra de lo cruel, sádico y horroroso que el ser humano puede llegar a ser.
Pero la historia de porqué se llegó a esta situación es necesaria analizarla para comprender las razones, las consecuencias y los posibles futuros en una diminuta región africana. El caso ruandés es una clara referencia a conflictos con un contexto étnico de fondo y que acaban convirtiéndose en acontecimientos que tuvieron una repercusión internacional sin precedentes, tanto a nivel político, jurídico, mediático y social. Esos conflictos de carácter étnicos tienen toda una etapa de desarrollo hasta que estallan.
Ruanda es un pequeño país ubicado en el África Oriental, rodeados de innumerables colinas, hogar de una flora y fauna extensa y abastecido por los grandes lagos africanos como el Lago Victoria. Históricamente, el país estuvo dividido entre dos etnias, los hutus y los tutsis. Estos últimos se calcula que durante los siglos XIV y XV llegaron a esta región procedentes de lo que hoy es Etiopía y se asentaron paulatinamente. Prontamente adquirieron poder político en la región ya que poseían mejores condiciones para tareas de ganado y cuidado de animales que les dio un mayor estatus social.
No obstante esas diferencias sociales, la convivencia se mantuvo entre las etnias y nacionalidades bastante estable y sin grandes complicaciones durante este tiempo. La división étnica siempre fue de carácter social. Mientras los hutus eran campesinos, los tutsis, pastores. Compartían el país: eran vecinos, familiares, amigos y se casaban entre ellos sin ningún problema.
Todo ello comenzó a desvanecerse a partir de la segunda mitad del siglo XIX con el proceso colonizador africano por parte de las potencias europeas. Al ser un país aislado por su condición geográfica, la llegada de los europeos fue tardía. Luego del reparto unilateral africano por parte de Europa a través de la Conferencia de Berlín de 1884, esta región más la porción continental de Tanzania, quedaron bajo control de Alemania. Estallada la Primera Guerra Mundial y la posterior derrota alemana, mediante el Tratado de Versalles de 1919, Ruanda pasó a estar bajo la dominación del Reino de Bélgica, como un complemento del dominio que ya poseía sobre el Congo.
La colonización belga fue un cambio radical en la sociedad ruandesa y, para controlar el territorio, jerarquizaron a una etnia sobre la otra: los tutsis por sobre los hutus. Se impuso el francés como lengua oficial, se expandió el catolicismo como la única religión y, fruto de esa jerarquización se institucionalizó en 1935 las diferencias étnicas a través de identificaciones documentales diferentes entre hutus y tutsis siendo un verdadero sistema de segregación racial.
A través de diferentes técnicas de comparaciones físicas (como un color de piel más claro, una nariz menos gruesa y su despuntada altura de los tutsis sobre los hutus) se determinaba la pertenencia a alguna de las etnias, todo ello derivó en una definitiva consolidación de los tutsis en el poder, apoyados por el gobierno belga. Así, los hutus quedaron relegados en la escala social a tareas de servicio y de mayor exigencia física. Incluso, fueron excluidos de la educación.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial y con el proceso de descolonización impulsado por Naciones Unidas, y con el sentimiento hutu de comenzar a revertir décadas de hostigamiento, Bélgica accede a iniciar un proceso de transición para abandonar el territorio y promover la independencia. En 1959 estallan numerosos conflictos interraciales internos que promueven a la dominación belga a celebrar unas elecciones en las que una abrumadora mayoría desaprobó una dominación tutsi. Ello llevó a que los hutus ganaran posiciones en el gobierno de transición y comenzaron a llevar adelante represalias contra la población tutsi, que inició un proceso de diáspora hacia países vecinos.
Finalmente, estando la población hutu en el poder se declara la independencia del país el 1 de julio de 1962, bajo la forma de gobierno republicana. El Primer Presidente fue Gregoire Kayibanda, que gobernó el país por más de diez años. Hasta que en 1972, ante la matanza de hutus en países vecinos, Kayibanda no realizó ninguna acción de represalia al respecto y así el general Juvenal Habyarimana, también hutu, provocó un golpe de Estado en 1973 y tomó el poder. Su gobierno al principio intentó conciliar con los tutsis, al punto que muchos regresaron al país desde sus exilios.
No obstante, el sentimiento de venganza de los tutsis reverdeció en la década de los ochenta y se conformó al sur de Uganda el Frente Patriótico Ruandés (FPR), una milicia paramilitar que se entrenó con el objetivo de retornar a Ruanda y tomar el poder. En ese contexto, esta década también tuvo como contexto graves crisis económicas, junto con grandes epidemias y hambrunas, que diezmó la sociedad. Sumado a ello, se comenzó a prohibir la entrada nuevamente a los tutsis al país.
El FPR realizó diversas campañas de incursión en territorio ruandés en defensa de población tutsi y como respuesta el gobierno de Ruanda comenzó nuevamente a perseguir a los hutus que se encontraban en el país. Además de esas acciones específicas, desde la prensa tanto hutu como tutsi hubo feroz campaña de desinformación y de propagación de odio racial entre sí que caldeó los ánimos entre ambos grupos.
Ante la escala de los hechos, la ONU decidió intervenir para mediar en el conflicto y hacia finales de 1993, se firmaron los Acuerdos de Arusha, que estableció el reparto de poder en el gobierno entre hutus, tutsis y también fuerzas políticas de centro. No obstante ello, la realidad distaba mucho de las negociaciones que se estaban llevando a cabo y así, las acciones del FDR como un nuevo grupo pro-hutu llamado Movimiento Nacional para el Desarrollo Ruandés (MRDN), proponían una solución final al conflicto de suma cero: eliminar a toda costa y como sea a su oponente.
En este contexto, se llega al fatídico 6 de abril de 1994 cuando por la noche el avión en el que viajaban el Presidente de Ruanda, Habyarimana, y el de Burundi, Ntaryamira fue atacado y derribado. El hecho hasta el día de hoy no ha sido esclarecido sobre quién lo llevó adelante, y ambos grupos se culpan mutuamente de llevar adelante el atentado. Cualquiera haya sido, fue el hecho que inició el genocidio.
Desde ese día, los ataques de los hutus sobre los tutsis e incluso con los hutus considerados moderados fue en aumento de manera exponencial cada día. Al día siguiente, es asesinada quien había sido proclamada Primera Ministra, Agathe Uwlingiyimana y diez custodios, que eran Cascos Azules de la ONU.
El caos se esparció por todo el territorio, alimentado con el armamento de población civil para que lleve adelante acciones de violencia sobre la población tutsi. El éxodo de la población tutsi significó que eran detenidos o asesinados en las carreteras, en las casas o por donde huían para salvaguardar sus vidas. No había distinción, se asesinó por igual a hombres, mujeres, niños o ancianos. Sólo en las dos primeras semanas, hubo alrededor de doscientos mil muertos.
El comandante canadiense de la ONU, Romeo Dallaire, solicitaba ayuda a Naciones Unidas y al Consejo de Seguridad advirtiendo la gravedad de la situación en Ruanda. El organismo internacional, junto a Estados Unidos (que había sufrido una masacre de militares en Somalia años antes) decidieron no intervenir activamente en el conflicto e incluso redujeron el número de oficiales de Naciones Unidas de más de dos mil a sólo doscientos cuarenta.
En mayo, las víctimas ya se contaban en medio millón de muertes. El FPR comenzó a desplazarse hacia el centro del país y con el avance de esas tropas, arrasando todo a su paso y matando miles y miles de personas, llegan en junio a la capital Kigali, y la toman en sólo dos días. Finalmente, la ONU decidió mandar tropas a la región al mando de militares franceses para tratar de garantizar la seguridad a través de la Operación Turquesa y ante la consolidación de la dominación tutsi, los hutus comenzaron a huir del país como refugiados tanto a países vecinos como a otras regiones.
El conflicto finalizó luego de cien días de violencias, matanzas, violaciones y hechos gravísimos. A finales de 1996, el nuevo gobierno tutsi quedó en manos del antiguo líder del FPR, Paul Kagame, quien gobierna el país desde ese momento hasta la actualidad.
A nivel internacional, y luego de los enormes errores de Naciones Unidas, se creó un tribunal especial para penar el genocidio conocido como Tribunal Penal Internacional para Ruanda, con sede en Tanzania para juzgar a los altos jerarcas hutus que habían estado en el gobierno y también a los líderes de la milicia hutu, sentenciando a 61 personas, a condenas de aproximadamente treinta años.
Este genocidio fue uno de los más crueles de la historia, debido al número de personas asesinadas en proporción a la población que habitaba, a la velocidad de su ejecución y a la saña llevada adelante. Se calcula que hubo unos 330 muertos por hora o cinco por minuto. A su vez, los horrores aún siguen aflorando, ya que se han encontrado en excavaciones fosas comunes, con aproximadamente 30.000 cuerpos. Los conflictos étnicos violentos no aparecen de la nada, sino que son el resultado final de una historia larga de desencuentros y de odios latentes entre diferentes grupos sociales y el Estado.
Lo que sucedió en Ruanda muestra lo que es capaz el ser humano, autor de las aberraciones más espantosas, capaz de hacer realidad el infierno en la tierra. Luego de treinta años de cometido el genocidio más cruel de la historia, debe ser un aprendizaje que la humanidad debe tener en cuenta para aprender de los errores pasados y no repetirlos en el futuro.