El Imperio otomano, del que formaba parte Armenia, atravesaba en un proceso de desintegración. Dentro del gran imperio, la comunidad armenia era una minoría discriminada por su lengua y su religión cristiana. Desde 1890 se había sucedidos represiones y matanzas a su población mientras que en Turquía se acentuaba un clima cada vez más nacionalista e islamista. En 1914 el Imperio otomano ingresa a la primera guerra mundial con resultados desastrosos. El gobierno acusó a los armenios de apoyar a las tropas enemigas y como represalia, puso en marcha un plan de limpieza étnica.
En principio se expulsó a los soldados armenios del Ejército y se los envió a campos de trabajo. Luego se encarceló y ejecutó a los líderes políticos y culturales. Y, por último, comenzó con la aniquilación del resto de la población.
La tragedia le costó la vida a un millón y medio de armenios que fueron perseguidos y asesinados entre 1915 y 1923. A través de deportaciones masivas, miles de armenios se vieron obligados a abandonar sus casas en dirección a los desiertos de Siria e Irak, a pie y sin provisiones. Toda esta masacre se desarrolló bajo el amparo de la Primera Guerra Mundial, acontecimiento que las autoridades turcas aprovecharon para ocultar y justificar su accionar.
Hasta el día de hoy Turquía no reconoce el genocidio. Pese a la evidencia existente y la presión de la comunidad armenia, el gobierno niega que la persecución que sufrió el pueblo armenio fuera un “acto perpetrado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”.
En el mundo son unas 30 naciones que hoy reconocen el genocidio como un acontecimiento histórico genuino. El primer país en hacerlo fue Uruguay en 1965. Argentina hizo lo propio en 1985 y en el 2007 sancionó la ley Nº 26.199 que declara el 24 de abril como «Día de acción por la tolerancia y el respeto entre los pueblos».