Los resultados de las PASO no son definitorios pero sí significativos. Luego del espanto para muchos y del regocijo para otros, es momento de abrir un tiempo para comprender, aunque más no sea de modo fragmentario.
Existe un amplio consenso entre analistas de que en las últimas décadas asistimos a un cambio de época en los modos de vincularnos y de construir las identidades y la representación política. Pero los modos de concebir las causas, por un lado, y las formas de enfrentar tal transformación, por otro, difieren severamente. No me ocuparé aquí de las primeras pero sí de las segundas. Específicamente, en lo que se ha convertido en el mantra de asesores políticos: el fetiche de las emociones. Alejandro Grimson, en una nota recientemente publicada en Página 12, nos advierte “Evidentemente, las emociones juegan un papel relevante. Donde crece la derecha extrema, hay sentimientos de bronca, hartazgo, frustración, ira”. Jaime Durán Barba, en el prólogo del libro recientemente publicado por el asesor Antoni Gutiérrez Rubí, también nos previene: “Necesitamos un nuevo lenguaje político que sea capaz de explicar la nueva realidad que nos envuelve, el desprestigio de la política, la desafección, los miedos que hoy contaminan nuestra atmósfera y cómo abordarlos. Y para ello, es imprescindible incorporar las emociones al análisis y la práctica de la política, o como dice el título de este libro, Gestionar las emociones políticas”. El mismísimo asesor catalán de Unión por la Patria (y también de Unidad Ciudadana y del Frente de Todos) nos indica las tareas de una “política de las emociones”: “Primero, encontrar las palabras que emocionen y que acierten en el diagnóstico y la propuesta (…). Segundo, vivir la experiencia política con pasión, ilusión y entusiasmo contagioso abriéndola para acercarnos a las vivencias de nuestros conciudadanos (…). Tercero, explorar el caudal cognitivo de las emociones para establecer un nuevo relato y un renovado compromiso político y cívico. Y, finalmente, comprender los mecanismos neurológicos y sensoriales que articulan nuestra percepción y nuestro conocimiento”. En una también reciente nota de Jorge Liotti en el diario La Nación, se afirma que las directivas del asesor catalán fueron las de desplazar las emociones negativas que puede acarrear el hecho de que el candidato Sergio Massa sea despectivamente calificado de “panqueque”. Para ello, sería necesario vincular a esa palabra con el de “habilidoso” para que, luego, se confunda con el de “versátil”.
Nada debe sorprendernos, entonces, de que aquella máxima enunciada por Cristina Fernández “La Patria es el otro” haya virado al slogan de la actual campaña “La Patria sos vos”. Las autoayudas que han ganado una parte relevante de nuestro espectro ideológico, también lo han hecho en el campo de la asesoría y el análisis político, dando a luz a la autopolítica. De la invitación o interpelación a pasar por el otro, por su heterogeneidad, para construir una patria; ahora tenemos una patria del yo, autocentrada.
Es que hay algo esencial que el fetiche de las emociones pierde de vista: el problema no son las emociones sino la pulsión, que es siempre pulsión de muerte. El cambio de época es más profundo que una mera derechización producida por “emociones negativas”, es el resultante de la acción de todos aquellos dispositivos orientados a la disolución de lazos sociales a través de la liberación de las pulsiones y pasiones más mortíferas.
Nada de este marco global y general debe llevarnos a pasar por alto la pésima gestión del Frente de Todos de estos cuatro años. No hay dudas de que la deuda contraída durante el gobierno de Juntos por el Cambio, la pandemia, la guerra, la sequía, etc. han contribuido a ello. Pero el internismo despiadado y desencadenado ha ocupado el espacio de la escena pública obscenamente. Durante estos cuatro años nos hemos pasado hablando de los discursos del odio y resulta ser que al odio lo teníamos adentro. Y muchos y muchas han dedicado muy poco esfuerzo a canalizarlo o reprimirlo para que tome una forma menos autodestructiva. Una creciente ideologización ha acompañado también a un aislamiento creciente de la conducción nacional del peronismo (hegemonizado por el kirchnerismo). El internismo no ha aportado nada a la construcción política. Sólo gatos peleándose sin reproducción alguna. Pero sí ha aportado al socavamiento de los lazos sociales (como otro dispositivo más de la época).
¿La progresía de este bendito país va a seguir pensando que la inseguridad es solo un problema pensable y atendible a partir de la condiciones estructurales de desigualdad e injusticia social? ¿Qué tenemos para decir y hacer frente a las víctimas de delitos violentos que se acumulan tristemente a diario? ¿No nos dice nada que la segunda candidata votada en la provincia de Buenos Aires haya saltado a la política por su condición de víctima de un delito violento? ¿Cuáles son las fronteras que nos estamos trazando para pensar las intervenciones del Estado en esta y tantas otras materias?
El volumen de votos alcanzado por Milei el domingo pasado es, a todas luces, no solo un “voto bronca”. La apelación a soluciones directas e inmediatas a problemas históricos (aunque hoy exacerbados) hace serie con la destitución del otro y la liberación de todas aquellas pulsiones que aceleren la destrucción de las instituciones y los derechos existentes. Más que a La Libertad Avanza, el credo libertario abraza a “La Pulsión Avanza”. Pero sin mediaciones entre los impulsos individuales y los líderes políticos, no hay representación política. A poco de andar las propuestas del candidato se convertirán en pesadilla y tan solo le quedará señalar a los culpables de su propia impotencia.
Los medios de comunicación dominante se han encargado desde hace quince años de fogonear el concepto de “la grieta” con el objetivo de producir la deslegitimación del peronismo (hegemonizado por el kirchnerismo), es decir de la principal representación del sistema político. Pero hoy advierten que con tal fogoneo solo creció un fenómeno que deslegitima al sistema en su conjunto. Quienes, como el caso de Jorge Lanata, promovieron a la grieta hincados exclusivamente en su propio cinismo, ven ahora cómo algunos solo acertaron en tomar sus diatribas de forma literal. Las consecuencias están enfrente: Milei es la solución final a la grieta y para lograrla, como no podía ser de otro modo, deberá llevarse por delante el Estado de derecho y el orden democrático.
Las ideas de una democracia restringida no son una novedad para la doctrina neoliberal y ordoliberal. Ya en la posguerra, Wilhelm Ropke veía con buenos ojos al apartheid sudafricano. Las democracias “blancas” requieren, en esencia, que el campo de las decisiones económico-políticas esté sustraído de los debates democrático-populares.
¿Qué hacer ante este escenario? El cambio de época exige desplazar nuestros focos analíticos y estratégicos. Si con Ernesto Laclau y Chantal Mouffe la unidad mínima (o más pequeña en palabras del primero) era la demanda, debemos advertir que ya no están dadas las condiciones para esperar la emergencia y constitución simbólica de esas demandas ciudadanas. Porque al estar socavados los lazos sociales no están dadas las condiciones para que aquí y allá crezcan y pululen demandas de corte democrático o popular. Es necesario, por lo tanto, construir desde los Estados y las militancias las mediaciones simbólicas, entramados o lazos sociales para canalizar las pulsiones y dar lugar, ahora sí, a la emergencia de demandas. De la demanda al lazo social, deberá desplazarse el foco a la hora del análisis y de la estrategia política. Tomando el ejemplo arriba esbozado, si ninguna atención específica se da a las víctimas de delitos violentos, no deberá sorprendernos entonces que ocurran los linchamientos. Pero ¿qué podemos construir en ese entre? Las valiosísimas experiencias de acompañamiento a víctimas en nuestro país pueden servirnos de insumo para el encuentro con ese otro.
Quitar responsabilidad subjetiva a los y las votantes de Milei es tan equivocado como a quiénes han promovido, desde el campo nacional-popular, esta situación. Indudablemente Milei es el mejor rival para que el peronismo (conducido por Sergio Massa) pueda ganar estas elecciones, pese a todo lo que se ha hecho mal. Pero, al mismo tiempo, es el peor rival para ser derrotado. Excepto para la consideración de los cerebros de las grandes estrategias electorales que nunca pondrán sus cuerpos en las calles para enfrentar un gobierno libertario.
El peronismo de Córdoba ha tomado un protagonismo para muchos inesperado en las últimas semanas. El acontecimiento producido por el triunfo de Daniel Passerini en la intendencia de la Capital y el posterior discurso de Martín Llaryora parecen señalar algo novedoso en donde vuelve a colarse (y vaya que había sed de ello) la política en su forma de gesta. En su afán de diferenciarse del peronismo nacional, el cordobés ha producido dos hechos que aquel aún no ha logrado: la renovación generacional e ideológica de sus referentes y que el internismo no ocupe obscenamente la escena pública. En lo que viene, el rol de este peronismo será seguramente decisivo.
Al modo en que a los medios de comunicación les creció un monstruo inesperado, a los técnicos de la política las elecciones les devolvieron lo siniestro también en forma de slogan: la patria es mi-lei. Jugar con los nombres como si los legados fueran meras frases de autoayuda no podía conducir a otro resultado. Trastocar “la patria es el otro” para introducir la patria del yo solo fue un modo de hacer campaña en favor de Javier Mi-lei. Creer que en los electroencefalogramas residirían los insumos para la invención de una martingala de la gestión de las mentes y sus emociones puede ser otro (de los tantos) cantos de sirena de la técnica capitalista. Pero de ningún modo, el horizonte de un movimiento que se precie de nacional-popular. Salir de la autopolítica y reivindicar la rebeldía que nos permita el encuentro con el otro es urgente. Porque el Joker (el guasón) nunca fue un rebelde sino tan solo un ser atormentado.