La guerra entre Rusia y Ucrania generó una serie de consecuencias a nivel global en lo político, lo económico y lo social. Una de los últimos efectos desde el punto de vista geopolítico fue el ingreso de Finlandia como socio pleno de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), convirtiéndose en el Estado número 31 del ente de seguridad europeo. La decisión ha sido un cambio rotundo en la política exterior de este país de poco más de cinco millones de habitantes y miembro de la Unión Europea desde 1995. Finlandia comparte una frontera con Rusia de 1340 kilómetros y ocupa una posición estratégica en esa región, ya que está rodeada por el mar Báltico y se extiende en más de 1000 kilómetros hacia el Océano Ártico y el Círculo Polar Ártico, en la región de Laponia.
El país nórdico ya tenía cierta cooperación con la OTAN desde 1994 por una serie de acuerdos, entre ellos su incorporación a la Asociación para la Paz: un programa bilateral entre la OTAN y algunos Estados europeos. También participaba en diversas misiones de la Alianza Atlántica, como el mantenimiento de la paz en Bosnia-Herzegovina en la década del 90 y también en Afganistán e Irak, a principios de este siglo. Además, cumplía con un objetivo que la OTAN exige a los países que quieran incorporarse en cuanto al gasto nacional en el presupuesto respecto a Defensa de casi el 2% del PBI, contando a su vez con un ejército de casi 300.000 militares y con una Fuerza Aérea equipada con aviones de guerra de última generación. Es uno de los pocos países europeos donde el servicio militar es obligatorio para toda la población. De hecho, en su propia constitución se establece que “todos los ciudadanos están obligados a defender su país”, por lo que también tiene un número elevado de reservistas incorporados de forma voluntaria al ejército.
Esta jugada geopolítica rompe con una tradición histórica del país escandinavo que, luego de la Segunda Guerra Mundial, se caracterizó por su neutralidad en el eje del conflicto oriente-occidente, es decir, la ex URSS y Estados Unidos. Finlandia suscribió en 1948 un acuerdo con la Unión Soviética bajo el gobierno de Stalin (y que luego tomó Rusia) llamado Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua, a través del que se establecía que no debía “concluir ni unirse a ninguna coalición dirigida contra la Unión Soviética (o Rusia)”, a cambio de respetar la integridad y soberanía territorial finesa, motivada por los lazos históricos, sociales y culturales entre ambos pueblos. Helsinki, la capital de Finlandia, fue el lugar de reuniones y cumbres entre líderes de Estados Unidos y la URSS o la misma Rusia. En 1975, Gerald Ford se reunió en una cumbre histórica con Leonid Brezhnev y lo mismo sucedió en 1997 entre Bill Clinton y Boris Yeltsin.
Históricamente, Finlandia estuvo entre dos grandes centros de poder. Por un lado el Reino de Suecia y por el otro Rusia, quienes se disputaron este territorio por mucho tiempo con la idea de extender el dominio sobre el Báltico. La disputa quedó zanjada por primera vez en 1323 con el Tratado de Nöteborg, en el que se dividieron el actual territorio finés en dos: la parte occidental quedó bajo la égida sueca, mientras que la oriental por la actual Rusia. A través de ese tratado, la influencia de Suecia se extendió por más de 600 años, hasta el inicio del siglo XIX. En 1809 Finlandia fue anexada por el Imperio Ruso a través del Tratado de Uusikaupunki, convirtiéndose en el Gran Ducado de Finlandia hasta 1917, cuando logró la independencia definitiva, en medio de la Revolución Bolchevique que estalló en Rusia.
En 1939, la Unión Soviética y Alemania acordaron que Finlandia quedaría bajo influencia del eje soviético, bajo un pacto de no agresión. Sin embargo, al año siguiente estalló la llamada Guerra de Invierno, cuando desde Helsinki se negaron a la instalación de bases militares soviéticas en su territorio. Con motivo de este conflicto bélico y de los acuerdos posteriores, la ex URSS se quedó con aproximadamente el 10% del territorio finlandés. A su vez, en 1941, con el intento de invasión nazi a la URSS, tropas finlandesas se plegaron a Alemania y cooperaron con las fuerzas de Hitler. Por esa razón, y con el armisticio de 1944, Finlandia volvió a perder territorios a favor de la Unión Soviética, además de tener que pagar una compensación económica al bloque soviético que recién se saldó en las últimas décadas del siglo pasado. En el marco del contexto de la guerra ruso-ucraniana, todos estos hechos hicieron que el recuerdo de la opresión rusa sobre Finlandia haya aflorado nuevamente y se haya apostado no sólo desde el nivel gubernamental, sino también desde la propia población civil, con encuestas en donde más del 80% de la población apoyaban incorporarse a la Alianza Atlántica, lo que derivó en unirse a la OTAN para resguardar su seguridad nacional
El ingreso a la OTAN por parte de Finlandia se enmarca también dentro de un contexto político interno convulsionado. Este Estado nórdico es una república parlamentaria que elige, por un lado, a un presidente de la república como jefe de Eestado (actualmente es el conservador Sauli Niinistö hasta 2024) y, por el otro, un primer ministro que surge de las alianzas y coaliciones dentro del parlamento unicameral nacional. En las últimas elecciones parlamentarias se produjo una dura derrota por parte del histórico partido socialdemócrata de la primera ministra Sanna Marin, en manos del conservador Partido Coalición Nacional y, en segundo lugar se ubicó el partido de extrema derecha, Verdaderos Finlandeses. Estas fuerzas de derecha proponían reducir impuestos y aplicar medidas de ajustes en medio de una inflación en torno al 8% y una recesión producto del contexto global, mientras que el partido de Sanna Marin prometía un aumento de impuestos a los grandes hacendados y a la herencia, para volcar esos recursos a políticas sociales, en consonancia con las ideas de un estado benefactor que en Finlandia ha sido histórico y muy fuerte, a tal punto de ser considerar este país como “el más feliz del mundo” por algunas agencias de la ONU.
Como consecuencia de este acto eleccionario, la histórica fuerza de la socialdemocracia finlandesa, una de las pocas que quedan en el poder, se quedó sin la mayoría en el Parlamento, que pasó a manos del Partido Coalición Nacional con 48 escaños, mientras que en segundo lugar quedó Verdaderos Finlandeses con 46. Así, la socialdemocracia de la primera ministra tendrá minoría parlamentaria con 43 asientos de los 200 que posee el órgano legislativo del país, lo que puede llevar a que deba abandonar el gobierno en los próximos meses si no logra conformar un gabinete.
El quiebre de la neutralidad de casi 80 años de una política exterior de Finlandia, en equilibrio entre los grandes bloques que emergieron desde mediados del siglo XX, es un cambio de época rotundo en este país. Los vaivenes geopolíticos y globales del presente siglo han llevado a una reconfiguración de los ejes políticos a nivel internacional, incluso en cuestiones que tenían que ver con el equilibrio de poderes entre las principales potencias y los centros de poder.
Este cambio de eje en cuanto al posicionamiento regional finlandés ha incrementado la tensión internacional en la zona del báltico, sumando su extenso territorio limítrofe con Rusia y evidenciando aún más la intención de la alianza militar atlántica de acorralar al Estado ruso. Es decir, su ingreso a la OTAN significa un alargamiento hacia el este de esta entidad, incrementando hasta los 2500 kms las fronteras entre Rusia y la OTAN, lo que obliga al gobierno de Putin a aumentar las fuerzas de seguridad y los medios para proteger y vigilar, además de lo que ya existía, los 1300 kms de frontera entre Finlandia y Rusia, que pasó a ser un terreno potencialmente enemigo. Asimismo, el gobierno finés comenzó un proceso de vallado de la frontera con Rusia de casi tres metros de alto, coronado con una trama de alambres de púa y una red de cámaras de visión nocturna, lámparas y altavoces.
Sumado a ello, esa situación de inestabilidad podría aún agravarse con la intención del ingreso de Suecia a la misma OTAN, algo que todavía no ha sucedido pero que está en proceso de ingreso (además trabado por las negativas de admitir a este país por parte de Hungría y Turquía), impulsado por la llegada al gobierno sueco de una fuerza política de marcado corte de ultraderecha.
La frontera finlandesa es vital para Rusia por dos cuestiones fundamentales: están a escasa distancia de San Petersburgo, que es el gran centro de conexión con la Europa occidental y lugar neurálgico del comercio y la industria de la región, además de ser uno de los puertos más importantes de entrada y salida de Rusia. Esto significa que, al ingresar Finlandia más los países bálticos, rodean al golfo de Finlandia, que es el lugar de paso hacia San Petersburgo. Ello puede desencadenar en un aislamiento de uno de los principales puertos rusos hacia el Atlántico.
En definitiva, el ingreso de Finlandia a la OTAN ha logrado incrementar aún más el potencial de fuerzas militares alrededor de la frontera rusa, llevando un despliegue de norte a sur desde la misma frontera finesa pasando por Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Rumania y Bulgaria. Desde el lado ruso, el Presidente Vladimir Putin ha dicho que este despliegue y la ruptura de la neutralidad histórica finlandesa, agrava aún más la situación de seguridad no sólo de Finlandia, sino también desde el punto de vista regional y global, impulsando a Moscú a empezar a disponer de su enorme poderío nuclear.