Este contexto promovió el surgimiento en el país de un fenómeno pocas veces narrado. La historia de quienes también fueron víctimas, en este caso de las narrativas negacionistas de sus propios familiares, reivindicadores de la noche más oscura de la nación. Se trata de hijos, hijas, nietos y nietas de genocidas, quienes se organizaron para denunciar a sus propios progenitores. Bajo el nombre de “Historias Desobedientes”, conformaron un colectivo de familiares de miembros de las Fuerzas Armadas y de Seguridad que denuncian las violaciones a los derechos humanos cometidas por sus familias durante la última dictadura. Hijos e hijas de policías y militares que fueron denunciados y procesados por cometer crímenes de lesa humanidad.
Son voces e historias que confluyeron por primera vez en el año 2017: constituyeron su propia bandera con la que salieron a marchar contra el fallo del 2×1 de la Corte Suprema de Justicia. Se insubordinaron frente al silencio de la propia familia y, por lo tanto, a padres que eran obedientes y “cumplían órdenes”, es parte de la semántica que da nombre a “Historias Desobedientes”.
En un momento de la historia en donde se intenta relativizar lo sucedido en la última dictadura militar y poner en duda la existencia de los 30.000 detenidos-desaparecidos, el rol del colectivo toma mayor importancia. Una forma de romper los históricos pactos de silencios que habitan en los clanes castrenses y poder ofrecer otra mirada a la construcción de la memoria colectiva.
“¿Desde cuándo es malo que un candidato tenga un padre y un abuelo militar? ¿La política es para ciertos seres humanos con pureza ideológica?”. Este es el tweet con el que Victoria Villarruel, candidata a vicepresidenta por el espacio de Javier Milei, pretende abrir ciertas discusiones que creíamos haber dejado en el pasado. El problema no es ser hija o nieta de militares, el problema es negar el terrorismo de estado. Es la reivindicación de torturar o cercenar los derechos y libertades más elementales de la humanidad.
Para Analia Kalinec, integrante de Historias Desobedientes: “Victoria Villarruel es una hija obediente del genocidio. Más allá de que los Hijos y los familiares no somos responsables del accionar criminal, sí tenemos un deber social de repudiar estos crímenes. Entonces nuestro reproche viene a esa hija de genocidas, sobrina de genocidas, que lejos de poder escuchar el clamor social y la reconstrucción de los hechos a partir de los juicios, sigue negando y sigue avalando los crímenes que se cometieron y que implican a sus propios padres”.
El ser un hijo o hija desobediente trae consigo un proceso personal distinto en cada individuo. Asimilar los crímenes cometidos por sus padres o abuelos para muchos decantó en un llamado a la acción colectiva para construir, por un lado, memoria, verdad y justicia y, por otro lado, reconstruir la identidad de uno mismo como víctima de su propia familia.
En una entrevista para la revista Garganta Poderosa, Agusto Bernardi, nieto de un represor condenado, expresaba que: “uno siente que pierde su identidad, ese abuelo que creía paternalista, presente y sano, se cae. A la par que ese abuelo era cariñoso con uno mismo, escondía todos estos sucesos macabros y oscuros”. En la tesis “Historias Desobedientes. Memorias de hijos y nietos de perpetradores de crímenes de lesa humanidad de Argentina”, Ana Guglielmucci plantea que la identidad se reconstruye no desde el orgullo con respecto a los ancestros sino desde el rechazo, el repudio y la denuncia a los actos cometidos por sus progenitores. Algo que las víctimas advierten como un “pacto de silencio del clan familiar”.
Hoy la organización cuenta con más de 120 hijos e hijas, nietos y nietas de genocidas. Historias de personas que intentan sublevarse ante el mandato familiar que traían impuesto desde los círculos castrenses y que en algunos casos intentan quebrar los lazos genealógicos cambiando el propio apellido. El caso más conocido es el de Mariana Dopazo, hija del represor Miguel Etchecolatz.
Historias Desobedientes es una mirada que contribuye al fortalecimiento de la democracia y a la construcción de memoria, verdad y justicia. Ante tanto discurso negacionista, no es casualidad que, mientras se escribe esta nota, la Organización de las Naciones Unidas, en su 45º Convención, acaba de declarar el Museo Sitio de Memoria Ex ESMA como Patrimonio de la Humanidad. Una bocanada de aire fresco para la joven democracia Argentina.