El fútbol argentino, en tanto espectáculo, debe gran parte de su atractivo a las hinchadas. El público en las canchas nacionales, sea cual sea la categoría, canta, grita, insulta, arroja papelitos, prenden bengalas, y hacen que hasta el partido más intrascendente sea una verdadera fiesta. La demostración cabal de tal hecho se pudo ver cuando, a causa de la pandemia de Covid-19, el fútbol se jugó sin asistencia de público. El silencio indisimulable apenas interrumpido por los gritos de los jugadores y el cuerpo técnico, convirtieron a los partidos en algo soso, desabrido. Esa sensación de que algo faltaba para que sea “fútbol Argentino” llevó incluso a sobreponerle un incómodo “ruido de cancha” a las transmisiones televisivas. Pero sin dudas no era lo mismo. Faltaban los hinchas.
Y si de hinchadas hablamos, desde hace años los protagonistas indiscutibles son quienes ocupan las populares, despliegan sus banderas y, de espalda a la cancha, entonan sus repertorios que se replican en todo el estadio. Las “barrabravas” definitivamente llaman la atención de los espectadores y amantes del fútbol del mundo entero, y no solo por la fiesta que organizan en cada encuentro, sino también por esa mezcla de temor y respeto que generan en el resto de los hinchas, que conocen más de sus hechos delictivos que de sus otras facetas en tanto fanáticos.
Convocado por su amor a Belgrano, y con el impulso de analizar y cuestionar los discursos hegemónicos sobre estos hinchas, reproducidos incansablemente por los principales medios, Nicolás Cabrera llevó adelante una investigación acompañando a Los Piratas en los partidos, viajes y encuentros, buscando tensionar aquellos sentidos que los ubican como hinchas peligrosos. Esas vivencias están narradas en su libro “Que la cuenten como quieran”, publicado recientemente por la Editorial Prometeo. Nicolás nos contó sobre su trabajo, y conversamos sobre algunas particularidades del “mundo de las barras”, para pensarlas y entenderlas más allá de la mirada estereotipada y prejuiciosa presente en el sentido común.
¿Por qué decidiste estudiar y escribir sobre la barra de Belgrano?
Siempre en las elecciones hay algo de biográfico. Básicamente elegí Belgrano porque es el club del cual soy hincha desde pequeño. Yo voy a la cancha desde que tengo 3 años y me considero un hincha fanático de Belgrano. Siempre fui a la tribuna popular. Antes de empezar mi investigación yo ya era, como digo en el libro, una cara irrelevantemente familiar para la gente de la barra. Tal vez no sabían mi nombre, no sabían nada de mí, pero era una “cara de cancha”, como se dice, alguien que iba siempre a los partidos y que viajaba de visitante. Ese conocimiento previo, el hecho de compartir un sentimiento con la gente de la barra, me permitió el acceso al campo. Y también porque yo creo que en cualquier investigación tiene que haber algo de pasión, algo de amor, y en mi caso estaba claro: había pasión por el club, el equipo y la hinchada. Pero también por una cuestión meramente pragmática, se trataba de un lugar al que tenía relativamente fácil el acceso.
¿De dónde viene el título del libro?
El nombre tiene un doble sentido. Por un lado es muy común en los barras que cuando escuchan que alguien habla de ellos, porque han oído algún comentario o porque salió una nota en el diario que generalmente exagera o tergiversa algunas cuestiones, ellos digan: “bueno, ¡que la cuenten como quieran!”, como diciendo “que digan lo que quieran, nosotros sabemos cuál es la posta”. Esto me parece un gesto súper interesante por parte de un grupo que es permanentemente narrados por otros, que difícilmente se escuche su voz o su opinión, sino que siempre son hablados por otros. Y por eso también el segundo sentido del título, que podría ser una frase mía para ellos, “que ellos ejerzan el derecho al cuento propio”, y esto lo digo en el libro. Que ejerzan el derecho al cuento propio quiere decir que ellos “la cuenten como quieran”. Que cuenten su historia, como es la barra, porque están ahí, porque están orgullosos. Que el libro se encargue de reconstruir su narrativa, su discurso, su punto de vista.
Entrando un poco en el mundo barras y en tu libro ¿Qué te hace “barra”? ¿Cómo ingresas o permaneces en estos grupos?
Yo ahí discuto un poco con la bibliografía que hay como antecedente mío, que habla de “ritos de iniciación”. Primero y principal, estar en una barra o ser de una barra no es una cosa que se logra de un día para el otro, donde hay un ritual o bautismo que te hace parte. Sino que se trata de un proceso largo en el tiempo, que sobretodo se basa en una consistencia y una permanencia con el colectivo. Después de estar un buen tiempo con ellos y de hacer cosas con la barra es que uno se gana el reconocimiento. Obviamente esto es desigual. En el libro cuento cómo se identifican entre los diferentes, es decir, cómo se distinguen los barras de los que no lo son, pero al mismo tiempo cómo se jerarquizan entre iguales, es decir, cómo se estructura una jerarquía donde hay algunos que son “más de la barra” que otros. Un objetivo muy claro del libro es mostrar que las razones de por las que alguien está en una barra o se hace barra, son múltiples, diversas y heterogéneas. Y por eso yo discuto con ese sentido común, que se habla mucho en los medios de comunicación, de que “todos los barras son criminales”, “que pertenecen a una organización mafiosa” o “están ahí porque buscan plata”. Bueno, eso es una ínfima parte, y la enorme mayoría de ellos está por distintos motivos.
¿Cuáles son algunos de esos motivos?
Por ejemplo, están porque hay una tradición familiar. Pensemos que la barra de Belgrano existe desde 1968, tiene más de 50 años, entonces conviven ahí tres generaciones: vos tenés un abuelo que era de la barra, un padre que era de la barra, un hijo que es de la barra, un nieto que es de la barra. Por lo tanto hay quienes ya nacen siendo parte, ya que tienen una portación de apellido dentro del grupo. Hay gente que está en la barra porque sus amigos del barrio están en ahí, entonces es una forma de sociabilizar con sus pares. Hay gente que está porque la barra es un espacio donde puede mejorar sus condiciones de vida, porque consigue un trabajo, porque lo ayudan, porque gana respeto. Estar en una barra da “chapa”, da “cartel”, da “reconocimiento”, y eso te abre puertas laborales, políticas o incluso relaciones sexo-afectivas, “ganar minitas”, para decirlo de una forma capusotteana. También hay gente que está porque le gusta pelear. Pero principalmente porque es la forma que tienen de seguir y alentar a Belgrano a todos lados. La barra es el grupo de hinchas que va a todos los partidos, y muchas veces a precios accesibles.
¿Por qué la gente le tiene miedo a los barras?
Es paradójica la relación de los medios con las barras, y me parece que puede extenderse esta relación a todos los actores. Por un lado, los medios son los principales responsables de construir un pánico moral en torno a las barras, al producir y reproducir esta idea de que son todas organizaciones criminales, que son el cáncer del fútbol, que son los responsables de la violencia, y todo lo que ya sabemos. Pero por otro lado, saben que son la parte principal del espectáculo del futbol argentino, el cual se exporta no solo por su juego, que sería discutible si es bueno o no, sino por lo que son sus estadios, por lo que son las tribunas, la fiesta. Por eso los medios son los principales constructores de ese pánico moral, de ese espanto de clase hacia las barras, pero al mismo tiempo se alimentan de ellos, y saben que sin las fiestas que hacen las barras en las tribunas el futbol argentino sería una mercancía mucho más pobre de lo que es. Además de que, con su cobertura, les dan chapa: todos conocemos a Rafa Di Zeo, a Bebote, en su época a los hermanos Schlenker, los jefes de la barra de River, porque son personajes que muchas veces los medios los amplifican. Es decir, al mismo tiempo que los cuestionan, critican y condenan, desde una posición estigmatizante, se alimentan de ellos.
En el imaginario popular, pero también en lo que reflejan los medios, incluso en lo que vos comentaste en varias entrevistas, el barra aparece ligado a sectores sociales marginales ¿Por qué sucede esto?
En el caso de la barra de Belgrano hay que decir que la mayoría de sus miembros pertenece a sectores populares. Claro que dentro de esos sectores populares hay realidades heterogéneas. Hay gente vinculada a relaciones de dependencia muy acomodadas, hay desempleados, hay gente que está en la informalidad. Pero la mayoría son laburantes en relación de dependencia. Estamos hablando entonces de sectores medios y bajos. Esa asociación tiene que ver con la composición social de ellos. Pero también muchas veces se lo relaciona con la marginalidad y la pobreza en un juego medio siniestro y estigmatizante, que tiene que ver con lo que hablábamos antes, ya que sabemos que hay sectores que asocian esto con la delincuencia, y ahí la relación es delicada, compleja. Porque lo vuelvo a decir: la mayoría de las personas de la barra no pertenecen a asociaciones criminales o no se dedican al delito. Puede haber gente que lo haga, porque en un grupo de 600 personas hay de todo, pero identificar a las barras con una asociación criminal es erróneo desde mi punto de vista.
Y por otro no hay mujeres barras, o al menos no se ven.
Es que básicamente estamos hablando de un grupo de varones heterosexuales que, por tradición e historia vinculada al futbol, manejan expresiones bastante machistas, homofóbicas. Eso es muy claro, y es una de las explicaciones de la violencia: la violencia es una forma de afirmar esa masculinidad normativa, hegemónica. Pero también es importante decir que está habiendo algunos cambios en relación a esos temas. Muy lentos, muy despacio, pero está sucediendo. Por ejemplo, la barra de Belgrano empezó a alentar en algunos partidos al fútbol femenino, y está teniendo iniciativas vinculadas a ollas populares y cuestiones donde se incorpora a mujeres. Pero sigue siendo un espacio donde las mujeres están, desde la perspectiva de ellos, para acompañar más que para ser parte. Y esto es problemático porque mujeres en las barras hay, están, hacen cosas. Sin embargo no son reconocidas como parte. Y eso tiene que ver con una tradición muy machista que estructura a estos colectivos.
Si bien, como comentás en varias oportunidades, las peleas no son lo único que viven los barrabravas, y de hecho probablemente sea lo que menos suceda, sí es una realidad que al menos se ve ¿Cómo se valora desde adentro? ¿Qué significa para ellos el encuentro a piñas o tiros con otros (otra facción, otra barra, policía, etc)?
Cómo digo en el libro, los momentos de violencia, entendida como enfrentamientos físicos, son absolutamente extraordinarios y esporádicos. La mayoría del tiempo los barras están haciendo otras cosas que no tiene que ver con la violencia, como organizando los viajes y la fiesta de cada partido. Entonces la violencia tiene temporalmente un lugar marginal. Ahora, en cuanto a peso simbólico, las peleas con otras facciones, con otra hinchada o con la policía se valora mucho. Es una de las actividades que ordena la jerarquía de la barra. Difícilmente alguien pueda estar en la primera línea si no demuestra “aguante”, si no demuestra que se la banca. Se valora el hecho de no permitir que la policía entre a la tribuna, no dejar que les roben una bandera o un bombo, que si te viene a buscar otra hinchada hay que pararse, hay que pelear, hay que defender la tribuna. Acá entra un poco lo que antes hablábamos sobre la cuestión de género, de mostrar que uno “es macho”, que “se la banca”, que “no es puto”, que “no corre”. Todo eso importa mucho. Pero hay que destacar también que hay ciertas violencias que no están bien vistas desde su punto de vista. Por ejemplo, en la barra de Belgrano se prohibió terminalmente los robos dentro de la tribuna, algo que en una época era muy frecuente como un tipo de violencia. Hay que decir que la barra de Belgrano lo erradicó completamente de las tribunas.
Pareciera que, en el último tiempo, no hay club en el fútbol argentino que no tenga o haya tenido una interna en sus barras, incluso dirimiendo dicha interna con enfrentamientos que se vuelven en muchos casos virales ¿Qué reflexión o mirada tenés sobre este hecho?
Partamos de la idea que casi no hay un club sin barra. Y esto tiene que ver con la composición de estos lugares como organización sin fines de lucro, que es de los socios. Nosotros estamos en un país donde los clubes son de los hinchas. Por ende es normal que haya hinchadas que se organicen para seguir a su club. Esto que nos parece tan obvio a nosotros, no es común en otros lados. Por eso es que el hecho de que todo club tenga una barra tiene que ver con la forma en que pensamos estas instituciones. Por otro lado, en Argentina prima una máxima, un mandato, que no ocurre en otros países, que ordena a todas las hinchadas, y esta es: “un club, una barra”. En Argentina no está bien visto, no está permitido, que un club tenga dos barras. Cuando en Talleres estaban “La Fiel” y “Las Violetas”, se terminaron matando hasta que uno ganó la tribuna. En Boca, en un momento en el que estaban Di Zeo de un lado y Mauro Martín del otro, pasó lo mismo. En River con “Los Borrachos del Tablón” pasó lo mismo. Ese código de barra muchas veces genera que no puedan existir distintas facciones al interior de cada club sino que se dispute violentamente quien ocupa ese único lugar. Otra cosa que yo explico en el libro rastreando todas las peleas que los Piratas tienen desde 1968, es que cada vez es más frecuente las peleas entre hinchas del mismo equipo por cuestiones generacionales, ya que es común que los más jóvenes terminen desplazando a los más viejos. En “Los Piratas” eso se lo ve. Ese conflicto entre generaciones o barrios, cada vez más se termina dirimiendo a los tiros, y eso sí es algo que me preocupa. Cada vez se apela más a las armas de fuego, por lo que tenemos una violencia cada vez más letal.
¿Hay un algún vínculo entre estos hechos y la prohibición del público visitante?
La prohibición del público visitante a partir del 2008 intensificó esa dinámica, por algo muy básico: nosotros decimos que en fútbol argentino prima la “cultura del aguante”, donde se necesita construir a otro como enemigo. Cuando ese enemigo dejó de estar al frente y con colores diferentes, se lo empezó a buscar a los costados, con el hincha de la misma camiseta. Entonces es una combinación de factores que lleva a entender por qué cada vez tenemos más internas entre los barras de un mismo equipo.
Cerremos con tu libro, ¿qué vamos a encontrar en “Que la cuenten como quieran”?
El libro se ordena en torno a tres prácticas que hacen los barras, tres experiencias que hacen Los Piratas desde 1968 hasta hoy. En primer lugar, pelearse con grupos que ellos definen como alteridades según el espacio-tiempo. Además de pelear, los barras viajan, siempre, a todos lados, aún en la época de la prohibición del visitante. Y lo tercero es alentar: no se puede ser barra si no se alienta, por algo están los 90 minutos de espalda a la cancha y de frente a la tribuna, porque una barra es, ante todo, la organización del aliento.
“Que la cuenten como quieran” puede conseguirse en la Librería Córdoba, El Espejo y Rubén. También puede conseguirse por Mercado Libre y en la página de Prometeo.