En las narrativas escolares el territorio cordobés se presentaba, en el pasado, habitado hacia el sur por los “pampas” o “ranqueles”, en la zona serrana por los “comechingones” y en el noreste por los “sanavirones”. Los viejos manuales describían hábitos, comidas, organización política, y presentaban algún que otro dibujo para imaginarnos ese mundo «salvaje». Aprendimos de niños, sin entender muy bien cómo, que en algún momento aquellos territorios fueron ocupados por los españoles, y que lentamente se fue desarrollando la «vida moderna». Los relatos hegemónicos nos hablaron entonces de colonias, virreinatos e independencias; de criollos y españoles; de unitarios y federales; y de la conformación del Estado moderno; dejando inconclusa la historia de los pobladores locales.
Lo cierto es que no se trató sólo de silencios en la narrativa histórica. Las comunidades fueron sistemáticamente desplazadas, invisibilizadas y obligadas a insertarse en un sistema económico que progresivamente se fue instalando en el continente ¿Dónde quedaron aquellos “indios” de los que nos hablaban en el colegio? ¿Qué sucedió con las culturas que habitaron lo que hoy es la Provincia de Córdoba?
Los mitos de una pampa argentina descendiente exclusivamente de inmigrantes europeos parecen desdibujarse frente a lo que nos comenta José María: “hoy existen alrededor de 40 comunidades en Córdoba, probablemente algunas más. La dificultad de estimar con precisión un número radica en que hay muchas que están en proceso de conformación, y no todas forman parte del Consejo de Participación Indígena”.
Los Consejos de Participación Indígena (CPI) son un ámbito de organización y consulta entre el Estado y los pueblos originarios de Argentina, coordinado por el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI). En Córdoba “la primera que pide personería jurídica al INAI es la comunidad Ctalamochita, de Villa Nueva, en un proceso que fue desde el 1998 hasta 2014”. Córdoba tiene dos representantes en el Consejo: Julia Marta Ceballos, de la Comunidad Rural Arabela, y Aldo Gomez, nahuan de la comunidad multiterritorial de Ticas.
Campo y ciudad
“Hay una mirada muy esencialista que tiende a imaginar a los aborígenes dentro sectores que están extremadamente empobrecidos”, nos comenta Bompadre. La realidad muestra una variedad más compleja. Lejos de las narrativas dominantes, quienes se identifican aborigenes caminan las calles de las ciudades cordobesas o transitan por zonas rurales, trabajan el campo, son médicos, arquitectos, tienen negocios, hacen changas, manejan autos o toman colectivos. Algunos no completaron la escolaridad obligatoria, mientras que otros estudian en universidades o terciarios. “Los pueblos indígenas luchan contra estereotipos que de alguna forma hay que derrumbar”.
Además, muchas veces se tiende a esperar que dichas comunidades se correspondan con el espacio que ocuparon previo a la conquista: “hay que romper con esos relatos históricos de que los aborígenes tienen un lugar natural, que si no están ahí no son ellos, ya que los procesos históricos hicieron que los miembros de esos lugares ancestrales se vayan desplazando”, de tal modo que no solo hay, por ejemplo, comunidades comechingonas en el sur, sino que también existen una gran cantidad de quechuas, mapuches, aimaras, quilmes, y de otras culturas que, producto de las múltiples migraciones, hoy habitan el territorio provincial.
La modernidad y sus silencios
Desde la “conquista” del territorio, pasando por la constitución del Estado Nacional, hasta llegar a la actualidad, se dieron algunos de los atropellos más atroces contra los pueblos originarios. “Hay un fuerte proceso de invisibilización que uno lo reconoce a finales del siglo XIX, donde el gobierno de la provincia de Córdoba, en beneficio al sector oligárquico de la época y del negocio inmobiliario, por Ley decreta la “Extinción de los pueblos de Indios”. Ello implicó que aquellos territorios habitados por comunidades, donde se desarrollaban además sus actividades económicas, pasaron a manos del Estado, quien con posterioridad parceló y vendió una gran parte de estos terrenos para integrarlos al modelo productivo.
En el transcurso del siglo XX las ciudades crecieron, los campos se terminaron de alambrar, y aquellos descendientes de las comunidades que habitaron el territorio se fueron integrando a las necesidades del sistema. Lo interesante en este proceso fue que las tradiciones, historias y creencias siguieron circulado de boca en boca, ocultas a las miradas de una sociedad que veía en lo aborigen “atraso” o “salvajismo”.
Semana del aborígen en Córdoba
Algunos hechos políticos, vinculados a procesos de reparación histórica, comenzaron a darse recientemente. “Recién en 2015, 130 años después, el gobierno provincial reconoce a los pueblos indígenas de Córdoba”, explica Bompadre, haciendo referencia a la Ley 10.316, la cual creó el Registro de comunidades y el Consejo Provincial Indígena, donde se reconocen tres pueblos en la provincia: Sanavirón, Comechingón y Ranquel.
Si bien muchas de las comunidades dan cuenta del gran avance que en los últimos años se viene dando en materia de reconocimiento, el reclamo por los derechos territoriales aún sigue vigente. “La Constitución Nacional prevé que el Estado avance en la entrega de tierras”, explica Bompadre. Sin embargo, nada de eso ha ocurrido en la provincia. «Además, la reciente Ley 20.160 que declara la emergencia territorial de los pueblos indígenas, no cuenta con la adhesión de Córdoba«.
Con sus matices y diferencias, los pueblos originarios siguen encontrándose, conformando comunidades, estableciendo lazos con diferentes organizaciones, y buscando los caminos que permitan visibilizar la Córdoba pluricultural que nunca dejo de transitar por el territorio.